John E. Mack (1929-2004), Doctor en psiquiatría y
–desde 1972- Profesor de Psiquiatría en la Harvard
Medical School, se distinguió de sus colegas cuando comenzó a trabajar con
pacientes que decían haber padecido traumáticas experiencias de abducción, por
parte de seres inteligentes no humanos. Mack arriesgó por ello su prestigio,
tras décadas de reconocimiento en el ámbito médico.
A finales de los sesenta había fundado el Departamento Psiquiátrico del Hospital de
Cambridge. En 1977 ganó el Pulitzer
de Biografía. Y en 1994, tras cuarenta años de profesión, Mack publicó Abduction, su estudio sobre el
controvertido asunto de los secuestros a manos de aliens; dando así crédito al
testimonio de sus –más de doscientos- pacientes, de los que dice no padecen
desórdenes mentales, ni esquizofrenia, ni alucinaciones. Además, viajando por
todo el mundo, Mack encontró casos de abducciones cuyos relatos eran semejantes
a los que escuchaba en Estados Unidos: Los
abducidos son sinceros y están muy trastornados por lo que les ocurre. No
tienen nada que ganar, y son conscientes de que lo que cuentan es absurdo. No
son sueños; las abducciones se producen en pleno día. Todos (hasta en los más
mínimos detalles) relatan la misma historia.
En 1994 el Decano de la Escuela de Medicina de
Harvard nombró un comité de colegas, con la intención de revisar el trabajo
clínico de Mack con los pacientes que relataron experiencias de abducción.
Nunca antes, en la historia de Harvard, se había sometido a un profesor titular
a una investigación semejante. El comité trabajó a puerta cerrada, presentando
un borrador del informe al cabo de ocho meses, que permitió a Mack preparar su
defensa. Según reveló uno de los abogados del investigado, el borrador sugería
que comunicar, de cualquier manera, a una
persona que ha informado de un “encuentro cercano” con una forma de vida
extraterrestre que esta experiencia podría haber sido real... es profesionalmente irresponsable.
Tras más de un año de investigación, Harvard emitió
una declaración en la que el decano reafirmaba la libertad académica del Dr.
Mack para estudiar lo que deseaba y expresar sus opiniones sin impedimento
(…) el
Dr. Mack sigue siendo un miembro de buena reputación de la Facultad de Medicina
de Harvard.
Cinco años después de Abduction, en 1999, le llegaría el turno a su segundo y último
libro sobre el tema: Pasaporte al Cosmos.
Transformación humana y encuentros extraterrestres. En esta obra ya se
percibe a un Mack más filosófico, que observa el fenómeno de las abducciones
con buenos ojos, como un medio favorable para nuestra evolución espiritual. A
mi juicio, ahí concluye el mayor legado de Mack: haber dado crédito y voz a las
víctimas de las psicopáticas abducciones alienígenas.
Hasta el momento es el académico de mayor prestigio
que ha estudiado el fenómeno vía las abducciones. Y resulta paradigmático que
alguien de su posición, con una experiencia tan dilatada en la psiquiatría, así
como en su trabajo con los abducidos, alcance a ver en las abducciones una suerte
de, y cito, programa de acercamiento para
personas con su espiritualidad mermada. Al mismo tiempo que admite que las
experiencias son dramáticas, advierte que hay pacientes que las encontraron iluminadoras, en el sentido religioso.
Habría que empezar por definir qué entienden esas
personas como sentido religioso.
¿Ignoraba Mack las dinámicas psicopáticas de los aliens, incluso cuando la
experiencia llegase a ser placentera para el sujeto secuestrado, bajo un cierto,
si se me permite, síndrome de Estocolmo?
No quiero afirmar algo
indebido, pero me parece a mí que Mack no llama a la resistencia frente al
invasivo fenómeno de las abducciones. Es superficial y tolerante con él. Le
falta excepticismo. Probablemente, pecando de ingenuidad; como el científico que,
un inesperado día, descubre que hay vida sobrehumana, y se encandila al pensar
en cuántas posibilidades nuevas ofrece esa noticia a la humanidad. Enamorado de
ese descubrimiento, los dramáticos testimonios de los abducidos pierden su
valor como relatos de sufrimiento; y lo ganan como prueba de algo que, a sus
ojos, hará que cambie nuestro paradigma actual. De ahí a pedir a los abducidos
que sean comprensivos con lo que viven, y que traten de integrarlo en sus
vidas, va un paso.
Reconozco que pienso que a la sombra de John Mack,
su legado para los investigadores, y como consecuencia de la benigna interpretación
del fenómeno que deja a los creyentes, es sencillo que a su sombra, digo,
veamos florecer brotes de culto platillista. El tiempo lo dirá.
En cualquier caso, mi humilde opinión no resta nada
a los merecidos logros de John E. Mack; y ver el documental Experiencers (2004), de Stephane Allix, antiguo periodista de
guerra, sobre el trabajo del doctor, sigue siendo una experiencia muy grata.
El documental comenzó a gestarse –por parte de
ambos, Mack y Allix- un año antes de la muerte del doctor. En él, Mack explica
así el fenómeno de las abducciones: La
persona está su coche o en la cama y ve una luz; entidades que entran en la
habitación. Se sienten paralizados. Se los llevan y los meten en una nave.
Ocurren cosas. Puede haber otras personas (en la nave). Hablan de comunicación telepática con los alienígenas. Hay todo un
conjunto de sucesos que se producen, y que son coherentes de una persona a
otra. La historia es común a todos. He estudiado cientos de casos, en este
país, pero también en otros. Y todos se parecen, tienen algo de verdad. Y si es
real ¿qué significa?
(Cuando escribo los meten en una nave, pienso que, en
realidad, la idea de que los ovnis son vehículos alienígenas podría ser una
deformación cultural nuestra, que desde una visión primitiva, necesita de
vehículo para recorrer distancias. Las evidencias hablan de ovnis que se
materializan y desmaterializan, usando, pues, una vía de transporte entre su mundo y el nuestro que sería mucho más cercana
a una puerta que a una nave.)
Antes de comenzar su trabajo con los abducidos,
John Mack era un incrédulo del fenómeno, que creía que aquellos relatos eran
pura locura. Hasta que una amiga psicóloga le presentó a Budd Hopkins
(1931-2011), un artista neoyorquino que siempre estuvo vinculado al fenómeno
alienígena, especialmente trabajando con víctimas de abducciones. Conocía casos
que se remontan a los años 20 del siglo pasado.
En el interesante (de lo mejor que hay del tema)
documental Experiencers encontramos
el testimonio de varios abducidos:
Caso Sue
Jamieson. Abducida de 56
años, con episodios desde la infancia. Tomó conciencia de ello con 19 años,
después de una noche en la que sintió la presencia en su habitación de unos
seres grises para, inmediatamente,
perder la consciencia. Su madre, después de escuchar ruidos provenientes del
dormitorio, se dirigió hacia él, pero una
fuerza la obligó a volverse a la cama.
Fue entonces cuando Sue recordó la presencia de los seres grises en su mundo infantil. La
experiencia la traumatizó profundamente. El terror a esas criaturas, Sue lo ha
ido venciendo desde que comenzó a pintarlos:
Los
veía entrar en mi habitación. Los encontraba al lado de mi cama. Estaba aterrorizada.
Sentía que el mundo no era un lugar seguro. Que en ningún lugar estaría segura.
Donde fuera, hiciera lo que hiciera, me encontrarían. Y nadie me podría ayudar.
Nadie podría detenerles.
Los hijos de Sue, como suele ser la norma, también
son abducidos, sin que ella haya podido hacer algo por evitarlo. David, su
marido, un hombre fuerte que lleva una granja de abetos, se siente frustrado
por no poder ayudar a su esposa. Al escuchar el ruido que anuncia la llegada de
los aliens, y tratando de evitar que se acerquen a ella, intenta levantarse,
pero una fuerza superior (como si me
aplastara un pie enorme que me mantiene contra la cama) se lo impide.
En opinión de Budd Hopkins, una de las cosas más importantes es que la persona es abducida una y
otra vez, durante toda su vida. No ocurre una sola vez. Es como si esa persona
fuera objeto de un estudio sistemático por parte de los ocupantes de los ovnis.
Caso Will
Bueché. Abducido y
paciente de Mack: Cuando me despierto, ya
adulto, en mi habitación, llena de esa luz azul, ellos llegan. Intento
esconderme bajo la cama, camuflarme; pero no hay nada en la habitación donde
esconderse. Las puertas se abren y entran esos dos seres. Uno me coge por la
pierna. Es muy físico. Me toca la pierna, y yo sé que esa luz significa que
esas cosas van a aparecer enseguida. No creo que un alienígena pueda entrar en
nuestro mundo y quedarse. Sólo les he visto en nuestro ambiente por breve
espacio de tiempo, 5, 10, 20 minutos. La mayoría de las veces nos llevan a su
ambiente extraterrestre, y luego nos devuelven. No me gusta llamarlo “pérdida de memoria”; porque cuando tienes una
experiencia no es como si hubieses perdido parte de tu memoria. Es más como si
el tiempo se hubiera deformado. Andas por un sitio; de repente ocurre algo y
luego ves que han pasado cinco horas. Como si te hubiesen quitado una sección
de tu vida.
Caso
Karin Alistin. Abducida y paciente de Mack: Sí, como un corte en un montaje. Como si se hubiera eliminado un trozo
de la película, pegando los dos extremos. Imagina: Vamos a tomarnos un té. Ya
sabes, nos sentaremos, etc, etc. Imagina lo que sigue. Después de que he dejado
de hablar, de repente, te encuentras al lado de tu coche. ¿Cómo demonios he
llegado a aquí? Un segundo después es un salto en el tiempo. No recuerdas haber
salido, atravesado la puerta… Empieza cuando (los aliens) nos buscan. Van a buscar a los abducidos en
esa densidad, porque son sólidos como nosotros. Luego, nos raptan. Nos sacan de
esta dimensión, y al salir, las cosas parecen menos densas; como si las
vibraciones cambiasen, que todo se acelera. Se nota cómo el cuerpo se hace
luminoso. En lo que a mí concierne, tengo la sensación de que mis células se
alejan unas de otras. Y que aumenta la velocidad de la vibración de la materia.
La única razón por la que creo en la realidad de lo que me ocurre, es que mi
cuerpo está físicamente implicado. Y porque durante las experiencias, esos
seres entran físicamente en mi universo.
Caso Randy
Nickerson. Abducido y
paciente de Mack. Afirma ser víctima de abducciones desde la infancia.
Fuertemente traumatizado por ello, impulsó al doctor a profundizar en su
relato, apostando por la veracidad de su testimonio. Con el rostro
evidentemente afectado al rememorar su experiencia, nos cuenta:
La
habitación se llenó de luz. Como si entrara por todas partes. Yo no podía
moverme. Y vi a aquellos cuatro seres, criaturas, llámalos como quieras, eran
diferentes. Como otra especie; diferentes a nosotros. Entraron en la
habitación. No sé cómo entraron en la casa. Es como si hubieran entrado a
través de las paredes. Es difícil de creer. Podía verlos al lado de mi cama.
Eran cuatro; uno estaba muy cerca de mi cara, a unos 40 centímetros. No podía
moverme y estaba aterrorizado. Luego, me volví hacia ellos; ya sabes, para luchar,
para defenderme. Hasta entonces, no había podido moverme, estaba paralizado por
el miedo. Cuando me volví para enfrentarme a ellos, vi a uno muy cerca de mí.
Tenía una especie de pistola, algo mecánico. Y se acercó a mí; adelantó su
brazo hacia mi cuello. Yo podía ver como se acercaba deprisa. Era como si el
tiempo se hubiese parado durante ese segundo. Pensé que moriría. Pensaba que me
iba a matar con aquello. Toda mi vida pasó ante mis ojos. Después me tocó el
cuello y todo mi cuerpo quedó paralizado. Ya no les oía. Después volví a
oírles, haciendo un ruido eléctrico, como un burbujeo. Como si eso se hubiese
metido en mi cuerpo físico, luego en mi espíritu; como si fuera a desconectar
los sistemas. Sistema tras sistema, se metió en todo mi cuerpo… Cada vez que
recuerdo lo que ocurrió, se hace presente, me descontrola. Yo sé que lo que
pasó fue real y muy desagradable.
Mack tuvo conexión con Laurance Rockefeller, uno de
esos ricachones que apuestan por el contacto con los hermanitos galácticos. El magnate financió durante dos años
(1993-95), con un total de medio millón de dólares, el Centro Dr. John Mack para Psicología y Cambio Social, en Cambridge.
Finalmente, en
Londres, septiembre de 2004, tras cenar con unos amigos y regresar
caminando solo a casa, John Mack murió atropellado por un conductor borracho,
cerca del cruce de Totteridge Lane y Longland Drive.
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