lunes, 13 de agosto de 2018

SIMBOLISMO: Señales (2002)


La  utilidad  de  las  imágenes

El sello de Night Shyamalan consiste en su particular y atractiva forma de mostrar la delgada línea entre el mundo físico y ese otro que está más allá.
Nacido en Pondicherry, India, pero vecino de Filadelfia, Estados Unidos, se educó en un colegio cristiano, aunque técnicamente es hindú.
El gran público supo de Shyamalan a través de ‘El Sexto Sentido’, espléndida cinta que cautivó por su narrativa y por su sostenida atmósfera de misterio, en la que un niño afronta su facultad de contactar con el mundo de los muertos.
Luego vino ‘El Protegido’, particular acercamiento al mundo del cómic, cuyo protagonista (único superviviente de un impresionante accidente de tren) no sólo debe encarar la crisis que lo distancia de la mujer que ama, sino aceptar su excepcional condición como anónimo superhéroe.
En 2002 le llegó el turno a ‘Señales’, en la que, al igual que en las anteriores, el autor se encarga de escribir la historia, producirla y dirigirla; por si fuese poca implicación, también interpreta pequeños papeles en sus filmes.

Señales. El título ofrece dos interpretaciones; la primera haría referencia a los pictogramas que aparecen en las cosechas de medio mundo durante primavera y verano, a los que se conoce en inglés como crop circles. La segunda es más intimista y hace referencia a las señales espirituales, aquellas que se manifiestan en el mundo material, pero cuyo origen está en realidades más sutiles.

Night Shyamalan y el valor de los héroes anónimos

Como hiciera en los dos filmes que lo preceden, en Señales, Night Shyamalan nos acerca a Filadelfia, a unas millas de la ciudad, en medio de las interminables cosechas de maíz, allá donde hay una casa de estilo victoriano perdida en una granja.
No lo sabemos cuando lo vemos, pero en aquel -aparentemente tranquilo- hogar construido de madera, reina el miedo. La casa, pintada en tonos rojos, blancos y azules (representando a Estados Unidos, pues esos tres colores son los de su insignia), pertenece a los Hess, cuyo cabeza de familia está interpretado por Mel Gibson.
Todo parece normal e imperturbable; junto al porche hay un columpio y una casita infantil, ambos vacíos, nadie juega ya en ellos…
Definida por el propio director como una metáfora, una conversación entre el rol de Mel Gibson y Dios, Señales es un sugerente drama existencial disfrazado de suspense. Subyace una libre perspectiva metafísica más allá del celuloide, para quienes deseen ir por encima del común entretenimiento ante la pantalla grande.
Nada sobra en una película de este realizador. Nada es superfluo; ésta parece ser la máxima que el autor desea transmitirnos en cada una de sus laboriosas creaciones, concebidas como elementos que pueden ser diseccionados en niveles de profundidad.
Nada más comenzar la narración, lo primero que nos llama la atención es el hueco dejado por un crucifijo en la pared de la casa; su ausencia dejó una marca aparentemente indeleble. También vemos una foto de la familia. Es la habitación de Gibson, o lo que es lo mismo, el reverendo Graham Hess, quien se levanta de la cama, sobresaltado, una mañana temprano, tras escuchar los gritos de Bo, su hija de unos seis años.


Al grito de auxilio también se ha levantado el tío de la niña, Merrill, a quien vemos salir del granero, su temporal alojamiento mientras dura la estancia en casa de su hermano.
Es entonces cuando vemos a Graham y Merrill entrar en los campos de maíz, que es de donde provenían los gritos de la pequeña, que está acompañada por su hermano mayor, Morgan. Los dos niños han descubierto los círculos hechos en medio de la cosecha, tras escuchar el ladrido de los perros. Estos mamíferos ejercen (como vimos en el caso de Totó) como mensajeros entre los dos mundos, el material y el espiritual.


Bo, habituada a tener sueños premonitorios, es un icono perfecto de la naturaleza intuitiva, hasta el punto de confundir la realidad con el mundo onírico. Así, cuando los dos adultos la encuentran a la sombra del maizal, ella dirá: ¿también vosotros estáis en mi sueño?


Su hermano Morgan está perplejo frente a uno de los circulares espacios hechos por no se sabe quién. Los tallos de maíz no están rotos, sino perfectamente doblados. Él cree que los círculos los hizo Dios. Para su mente no hay otra explicación. Está –como todos- desconcertado.
Gibson pone rostro a un personaje descreído que ha renegado del sacerdocio que ejercía; en breve sabremos la razón de su abandono… Lo primero que piensa cuando observa los círculos en su maizal es que se trata de la obra de los gamberros de turno. Lo que para Graham (Gibson) no es sino un acto vandálico, para su hijo de doce años, demasiado maduro para su edad, sólo puede ser entendido como un fenómeno paranormal, sin duda, obra del Dios al que su progenitor ha dado la espalda, o quizás por ese acto de rebeldía, producto del demonio al que Graham ya no se resiste…
Aquí concluye el primer episodio de elementos extraños creados por el enfrentamiento de Graham contra su propia esencia espiritual. Por un lado, su conciencia lo empuja a asimilar el dolor traumático que lo llevó a romper los lazos espirituales; por otro, el miedo y la agresividad –a los que no pone límites- han comenzado a tomar forma física, en el diseño aparecido en el sembrado.
Al margen de la evidente identificación de Graham con una iglesia de la que ha sido pastor, su condición de sacerdote conlleva, en el lenguaje arquetípico, una íntima compenetración con el cosmos espiritual. En ese sentido, las experiencias vitales que habrá de vivir en el transcurso de la trama, se enfocan en la renovación de todas las ideas que sobre ese cosmos espiritual tenía.
Llega la noche y Bo despierta a su padre. Está completamente serena cuando le dice que fuera de la casa, sobre el tejado, hay un monstruo. Acto seguido, con la misma tranquilidad, le pide un vaso de agua. Como digo, ella no conoce las fronteras entre la realidad y el –aparentemente irreal- mundo de los sueños. El monstruo que ha interrumpido el descanso de la niña no es sino una alegoría de los temores y recelos que siente el exreverendo, que han comenzado a materializarse, a tomar forma, desde la aparición de los círculos en el cultivo de maíz. Sin embargo, para Graham es mucho menos relevante y complicado creer que dichos círculos son obra de humanos a los que culpar.
Igualmente, prefiere no creer en el aviso de Bo, portavoz de aquello que se está cociendo en la psique de su padre, y que está tomando forma en la materia, ahora en el monstruo del techado. Toda explicación que se aleje de lo racional es, para él, producto de fantasías infantiles.
Sin embargo, a Graham, mutilado de toda capacidad intuitiva y comprensiva, le preocupa que su hija pida agua teniendo un vaso en su mesilla de noche.
Conviene saber que la pequeña cree que el agua que bebe está contaminada, razón por la que pide más y va dejando la casa sembrada de vasos de agua a medio beber; es irracional, pero comprensible en alguien que tiene un natural e instintivo aprecio por consideraciones etéreas que escapan al entendimiento de su padre. Nadie la sacará de su aparente rareza…
El director nos presenta –a través de aspectos aparentemente triviales- unos personajes que son como son por una causa más trascendente de lo que parecería a simple vista.
Así, si Bo es maniática con el agua de beber, su hermano Morgan es –afortunadamente- asmático. (En efecto. Su enfermedad será decisiva para que pueda salvarse de una muerte inminente.)
Allí, en medio de la oscura y tranquila madrugada, la niña pregunta a su padre si habla con su mamá... Al comienzo de la película vimos el retrato de toda la familia, incluida la madre, pero ahora sabemos más: se nos desvela que la señora Hess ha muerto seis meses atrás, en un trágico accidente. Graham le responde que suele hablar a mamá, pero que ésta nunca le responde. Y es que el lenguaje metafísico es emocional, incluso simbólico, pero no verbal. Se precisa una adaptación para la que el viudo no está dispuesto. (De hecho, habrá ocasión de ver que, en efecto, la señora Hess sí que le ha hablado a su esposo -desde el umbral de la muerte- entre ambos mundos. Sin embargo, Graham no supo interpretar aquellas palabras.)
La charla nocturna agobia al personaje de Gibson, desde el comienzo, desolado, indefenso de sí mismo, vacío de consuelo e incapaz de confortar a la pequeña. En lo que va de metraje no lo hemos visto acariciar o abrazar a sus hijos. En definitiva, el personaje está lejos de fluir, pues sólo fluye quien permanece estrechamente unido a su fuente, a su origen.
Demasiada incomprensión existe en el renegado sacerdote como para sentirse enlazado a su ente más elevado, en este caso, lógicamente representado por la figura de Dios Padre. De tal modo que es entonces, en medio de aquella conversación, cuando Graham advierte la silueta misteriosa de un ser con apariencia humana sobre el tejado. Adviértase la relación directa entre su estado emocional y la aparición de ese intruso, ahí afuera. La niña, heraldo del mundo energético, psíquico, que gesta las creaciones materiales, llevaba razón.


Graham es un rol creíble, el del hombre atormentado al que se le pide (como le ocurriera al protagonista de El Protegido) que sea un héroe cuando menos capacidad tiene para ello. Este señor Hess, pastor episcopaliano respetado por su comunidad, algo puritano (ni siquiera dice tacos y no ve la televisión), habría enfrentado cualquier crisis medio año atrás, pero no tras la muerte de Colleen, su esposa. (He ahí una de las más entretenidas preguntas que inspira la película: ¿Los extraños fenómenos que se están produciendo habrían ocurrido si no hubiese muerto la señora Hess?)
Alarmado por la aparición de alguien sobre el techado, Graham despierta a su hermano Merrill, y juntos salen a asustar a quienes ellos creen que están merodeando su casa: los típicos gamberros locales. No obstante, la búsqueda resulta infructuosa, y con ella acaba el segundo episodio de fenómenos extraños que la psique de Graham ha creado en el mundo físico.

Los niños

La mañana en que aparecieron los círculos en el maizal, los pequeños Bo y Morgan están con Houdini -su pastor alemán- fuera de la casa, pero el perro está extrañamente agresivo y trata de atacar a la pequeña, a lo que su hermano reacciona matando al animal. Este episodio se produce simultáneamente a la inspección que Graham está haciendo, acompañado de la policía local, de los círculos aparecidos.


Caroline, que así se llama la agente de policía, le recuerda al padre de familia su condición de sacerdote, y éste la corrige. 


Esa negación de Graham, símbolo del rechazo que siente hacia su propia espiritualidad, está generando la rebeldía en Houdini, puesto que el perro representa la protección y conciencia que Graham debiera ejercitar hacia sus hijos, de ahí su insólita agresividad. Consecuencia de todo ello, el niño se siente frío hacia su padre y rechaza sus disculpas.


En un lenguaje no verbal, Morgan reprocha a su progenitor el no haber cumplido con su responsabilidad de adulto protector. Graham está enfrentado con su fuente creadora, luego Morgan refleja ese mismo enfrentamiento hacia quien lo ha creado.
Durante el ataque del perro, la niña se ha refugiado en su casita de madera, decorada con símbolos celestes, tales como estrellas y medias lunas que, obviamente, representan el cosmos espiritual en el que ella se envuelve y siente protegida.
En este breve pero fundamental episodio vemos que Morgan está llenando el vacío paterno que Graham, dado su temporal autismo emocional, ha dejado.
El niño es quien ve por televisión, junto a su familia, la proliferación de círculos por campos de todo el mundo, y quien se atreve a decir que los autores son alienígenas, y que aquellos eventos serán un capítulo decisivo en la historia de la humanidad.
Morgan posee una mente abierta, inusual para una comunidad campesina donde la máxima local es la desconfianza. Su mente mezcla sin conflicto razón y espiritualidad, sabiendo ver con cierta lucidez aquello que está aconteciendo. Su personalidad de joven intelectual se muestra claramente cuando vemos que se encamina a la librería, en compañía de su hermana, con el único afán de comprar un libro sobre extraterrestres.
Al igual que en El Sexto Sentido y El Protegido, los niños son poseedores de la visión que trasciende lo aparente. Lo elemental, aunque no sea racional, está mostrándose en los hermanos, como custodios de la lucidez frente a las distorsiones de su padre. Si el niño es un canal de la tierra, del sentido común, su hermana lo es del cielo, siendo ambos puentes constantes y equilibrados entre los dos mundos complementarios.
La calidad espiritual de la niña la confirma un comentario de su padre, al recordar que cuando ella nació lo hizo sin llorar (tal vez porque nunca dejó atrás su mundo), y que las damas que la vieron en aquel instante dijeron que era como un ángel.
Es gracias al interfono de Bo, que su hermano escuchará la inteligible conversación de los alienígenas. Desde entonces, el escepticismo tendrá los minutos contados en Graham y Merrill; los indicios comienzan a dar consistencia a la tesis esgrimida por el pequeño Morgan. Una tesis que Graham comenzará a valorar cuando –aterrado- observe una figura sobrehumana, en medio de la noche, entre los tallos del maizal. La televisión añadirá la última palabra: los ejércitos de Méjico y Estados Unidos confirman que naves extraterrestres se posicionan en los cielos…

Tío Merrill

Este personaje es parte activa del ser interior de Graham y sus dos criaturas; es el ‘okupa’ en la atormentada mente del Padre Hess, expectante para concienciar, para encauzar una situación que parece perdida en la tragedia. Se podría decir que Merrill es una especie de Pepito Grillo que trata de religar la psique de su hermano mayor al cosmos espiritual. Sin embargo, no está capacitado para evitar el traumático recorrido que Graham tiene que vivir. Quizás por ello, para representar las distancias que su hermano establece en su mente, el chico duerme en el granero y no en la casa familiar.


Merrill es un joven que se sale de la norma. Sabemos que es un buen deportista y que, aunque tiene la calidad suficiente para ello, no está en la Liga Nacional de Béisbol, porque batea sin controlar su fuerza. Sin embargo, gracias a su potencia vencerá al invasor, pero únicamente cuando Graham renazca de sus cenizas y ponga en acción su propia conciencia, de la que Merrill es su tótem.
En apariencia, el muchacho no pasa de ser el típico pueblerino frustrado, fracasado en casi todos los campos de su vida, sin fuerzas para aspirar a grandes ambiciones. Caroline, la afable policía local de preciosos ojos azules y serena sonrisa, le reconoce el valor de su estancia en aquel hogar:
-Nunca te lo he dicho, pero venirte aquí con tu hermano después de… fue algo muy bonito.
-No creo que sea una gran ayuda –responde él. Caroline mira a Morgan y añade con seguridad catedrática:
-Sí que lo eres.
Ya comenzamos a comprender que Merrill es algo más que un simple perdedor, a veces sarcástico. Mientras Caroline le está hablando, en la pared vemos un rústico cuadro que dice, llanamente, templanza. Sí, se trata de una de las aportaciones de Merrill a su familia.


La frialdad de Graham hacia sus hijos, combinada con el consuelo que éstos sienten en Merrill, da lugar a un conflicto…
-No dejarás que nos pase nada, ¿verdad? –pregunta Morgan a su tío.
-Ni hablar –responde él. Su sobrino suspira aliviado.
-¡Ojalá fueras mi padre! –añade el niño.
-¿Qué has dicho? No vuelvas a decir algo así. Nunca –concluye inflexible, equilibrando las percepciones de Morgan y no cayendo en el error de dar por bueno tal halago.

El drama de Graham Hess

Mientras Merrill está constantemente frente al televisor, viendo cómo en diferentes partes del mundo se está produciendo la llegada de naves extraterrestres, los niños leen el libro sobre ovnis que han comprado en la librería del pueblo, a donde llegó por casualidad.
En el libro hay una ilustración de una casa similar a la de los Hess, y una nave alienígena dispara sus rayos contra ella. Como resultado, en el jardín de la ilustración se aprecian varias figuras de humanos muertos: un adulto (que representaría a Graham) y dos niños (sus hijos); Merrill, la conciencia, el Totó de este cuento, no aparece.


Cuando Graham ve el dibujo de la nave lanzando rayos contra la casa, y se percata de la similitud con su hogar, suena el teléfono. ¿Quién ha de ser? Sólo puede ser una persona: Ray Reddy, el hombre que causó la muerte de la esposa del predicador. El nombre Ray significa ‘rayo’, por lo que se entiende el simbolismo de los rayos que destruyen el hogar de los Hess…
Es entonces cuando vemos un primer plano del traje azul de Colleen en un maniquí, queriéndonos decir que la mamá está presente. El color del vestido nos informa de la conexión con el mundo espiritual.


Seis meses atrás, mientras Colleen paseaba por los alrededores, Ray Reddy conducía su vehículo y -producto del cansancio- se durmió al volante, atropellando a la señora Hess.
Desde una perspectiva simbólica, la muerte de Colleen es una extrema forma de representar el ciclo de la destrucción que antecede a una nueva creación. Obviamente, el Graham más terrenal habría preferido ser galardonado por un Dios Padre al que cree haber servido, no perdiendo a su mujer en un estúpido accidente. Pero el universo espiritual de Graham -criatura evolucionaria- le ha exigido mucho más que eso. Lo ha empujado hasta el mismo abismo en que no tendrá ocasión sino de afrontar la realidad: aprender a aceptar los ritmos y ciclos de la vida es mucho más importante (y duro) que tratar de evadirlos. Se trata de un proceso de tejer y destejer, avivar con agua y exponer al fuego regenerador que todo lo transformar y enaltece. Tratar de luchar denodadamente contra esa corriente cíclica es agotador y frustrante, y sólo hay dos caminos: aceptar y superar, o rebelarse contra la vida misma.
Tras la llamada telefónica, Graham va a casa de Ray y charlan por primera vez en seis meses…
Ray Reddy, el hombre que carga con el peso de ser quien acabó con la vida de la mujer de un predicador, su predicador, se siente culpable y así se lo hace saber a Graham: siento haberte hecho cuestionar tu fe. El viudo, contenido, no muestra ira alguna.
La conversación es parte del proceso que el señor Hess tiene que afrontar para alcanzar la paz. Un proceso que se niega a aceptar a toda costa.
Será en esa casa, como no podía ser de otro modo, donde el personaje de Gibson compruebe, sin ningún género de dudas, que unos alienígenas están invadiendo el mundo. En la despensa hay uno, al que Graham tendrá ocasión de volver a ver más adelante…
De regreso a su hogar, afectado por la realidad de lo que ha vivido, nuestro protagonista se rinde ante la evidencia: la invasión es inminente. Las luces ovni se multiplican por cientos de ciudades. Son hostiles y están en fase de preataque.
Un Graham circunspecto escucha el boletín de noticias: Cientos de miles de personas han ido a templos, sinagogas e iglesias. Que Dios nos asista a todos. Se escucha el repique de campanas y tenemos un primer plano del rostro de Gibson. ¿Se habría producido la invasión de no haber perdido la fe el Padre Hess? Desde el ámbito metafísico la respuesta es clara: No.


La invasión es una manifiesta consecuencia de su crisis espiritual, eso sí, amplificada, trasladada a un escenario mundial, para recordarnos la implicación de lo local en lo global.
Ahora que la invasión es un hecho, Graham tendrá que enfrentarla interior y exteriormente. Se verá forzado –ante la negación a poner orden en su alma atormentada- a llenar con medios puramente físicos el vacío que dejó su perdida confianza en el universo espiritual. Pero, ¿cómo hacerlo? El presentador de las noticias dijo que Dios nos asista a todos, pero él se siente excluido. ¿No hay cielo que lo asista? No. 


Pues aunque lo hay en su creencia, la naturaleza del mismo está en entredicho; el amor hacia un ser supremo se ha transformado en rabia, en odio: Dios mató cruelmente a su mujer, la esposa de un siervo de la iglesia, un ministro del Reino…
La rabia que lo envolvió seis meses atrás ha ofuscado su mente, y se llevó su confianza en el potencial inherente en la unidad con su conciencia. Ahora se verá, cada vez más, forzado a combatir sus monstruos invasores: ira, rabia, odio, incomprensión, rebeldía.
Tras el boletín de noticias, Graham cierra las ventanas de la casa; cree que así podrá afrontar lo que se le viene encima, con sólo clavar unos maderos en ventanas y puertas. Sin embargo, la casa es un símil de su propio cuerpo y, por extensión, del de sus hijos, cuyos cuerpos construyó él (recordemos que Merrill vive junto a la casa familiar, en el granero). No bastará con protección física si no hay remedio, fortaleza y defensa interior.
Las temporales deficiencias espirituales de Graham quedan patentes cuando charla con su hermano:
-Habrá quien piense que es el fin del mundo –dice Merrill.
-Es cierto.
-¿Crees que podría serlo?
-Sí –responde, indiferente.
-¿Cómo puedes decir eso? –insiste perplejo ante las respuestas de su hermano.
-¿No es la respuesta que esperabas?
-¿No podrías fingir ser como eras, y darme un poco de consuelo? -Merrill parece estar realmente desconcertado.
-Hay dos tipos de personas en el mundo. Al ocurrir algo afortunado, el primer grupo cree que es algo más, algo más que suerte, más que una casualidad; creen que es una señal, la prueba de que hay alguien ahí arriba velando por ellos. El segundo grupo lo ve como pura suerte, un feliz giro del destino. Ahora mismo, el segundo grupo mira esas luces con mucho recelo; para ellos la situación está mitad y mitad; podría ser malo, podría ser bueno. Pero en el fondo sienten que, pase lo que pase, están solos, y eso los aterra. Sí, hay gente así. Pero luego hay cantidad de gente del primer grupo que cuando ven esas luces, están viendo un milagro. En el fondo sienten que, pase lo que pase, habrá alguien ahí arriba para ayudarlos, y eso los llena de esperanzas. Tienes que preguntarte qué clase de persona eres. ¿Eres de los que ve señales? ¿De los que ve milagros? -primer plano de Merrill- ¿O crees que la suerte de la gente es aleatoria? O piénsalo así: ¿Es posible que no existan las coincidencias?
Su hermano lo ha escuchado con atención y le responderá con un pensamiento convincente:
-Una vez estaba en una fiesta. Estaba en el sofá con Ronda McKinney; ahí estaba, guapísima, mirándome. Me acerqué para besarla y me di cuenta de que tenía un chicle en la boca. Así que me giré, me saqué el chicle, lo metí en un vaso de papel que había al lado del sofá, y me di la vuelta. Ronda McKinney empezó a vomitar por todo el sofá. En ese mismo segundo supe que era un milagro; podría haber estado besándola cuando vomitó y me hubiera dejado traumatizado de por vida. Quizá no me hubiera recuperado. Soy de los de los milagros, y esas luces son un milagro.
-Pues ya ves –responde un escéptico Graham. Los argumentos dados por su hermano no acaban por hacer mella en su atribulado pensamiento, y así se lo hace saber. Esta respuesta deja contrariado a Merrill, ya que advierte -contundentemente- que Graham está completamente abatido. Es entonces cuando éste expone las razones definitivas de su escepticismo:
-Nunca te he contado las últimas palabras de Colleen antes de morir. Me dijo: Ve. Los ojos se le humedecieron y luego dijo: Batea fuerte. ¿Sabes por qué lo dijo? -Merrill niega con la cabeza-. Porque las neuronas de su cerebro bullían mientras moría, y le llegó un recuerdo, al azar, de uno de tus partidos. No hay nadie -Graham es categórico- velando por nosotros, Merrill. Estamos muy solos.

La invasión

En el momento en que Graham ve con sus propios ojos a uno de los alienígenas comienza el sendero de la lenta claudicación, y parece obligado a adentrarse en el terreno de lo evidente. Es entonces cuando –tímidamente- cede a afrontar la realidad (la pérdida de su mujer y el mundo está siendo invadido), pero lo hará como un simple hombre, un hombre lleno de cólera, no como un creyente, y menos aun como un enlace entre el cosmos espiritual y la humanidad.
Aquí, el drama no viene encarnado por pájaros asesinos, ni dinosaurios descontrolados; Graham ha perdido –de manera traumática- su vínculo con un universo espiritual que imaginó menos doloroso. Por consiguiente, el terror ha de provenir de ese mismo cielo (reflejo del oscuro vacío en que ha quedado su alma), cuyas criaturas son perversas y despiadadas mensajeras de un creador cruel.
Gibson interpreta al héroe que debe volver a religarse a su propio cielo, a fundirse con su ser, pero de un modo más maduro. Sabe que debe regresar a su identidad, a su fuente original, si quiere que los invasores del espacio retornen al cosmos y no entren pronto a su casa, a por su familia.
Y debe hacerlo derrocando de su mente al caos en que vive su alma. Debe anular de su mente el concepto ‘casualidad’ (recordemos la charla que mantiene al respecto con su hermano), para devolverle la autoridad a la causalidad, al sentido cósmico y ordenado de la Vida. El Padre Hess debe volver a creer en la existencia de un tejido vital que da calmante explicación a todos los eventos de la existencia, desde el doloroso nacer al inevitable partir.
Ahora, ante la inminencia de la invasión, se verá obligado a reconciliarse con lo único que puede darle fuerzas para reaccionar con completa efectividad: su conciencia. 
Incluso si no pudiera evitar la muerte a manos extraterrestres, Graham necesita estar en paz con su origen espiritual. De ese modo, envolviéndose en el aura del ser, podrá ‘entrar’ (en su acepción figurada) en sinagoga, templo o iglesia, protegiendo su hogar con el manto de su Dios.
La presión que precede al ataque alienígena es motivo de gran alarma entre los suyos; si el cabeza de familia tiene cercenada su conciencia, independizándose de la fuente creadora, nada podrá proporcionarles una mínima seguridad.
Graham se resiste a aceptar que la reconexión espiritual sea el camino a seguir, y deja –con frialdad e indiferencia- a sus hijos y hermano solos frente a la televisión. Él no tiene confianza ni seguridad, así que no puede proporcionárselas a los demás.
Bo, Morgan y Merrill se han protegido sus cabezas con papel de aluminio. Graham no sabe interpretar la simbólica actitud de los suyos. El niño lo explica así: Es para que los alienígenas no nos lean la mente.
Decidido a no ceder en el pulso que mantiene consigo mismo, el Padre Hess busca eludir el enfrentamiento con sus fantasmas interiores. Con puertas y ventanas tapiadas, aparece obstinado, enfurecido, inconmovible, como si de un búnker se tratara, resignado a la idea de que morirán. Él no acudirá a la morada de su conciencia, y pregunta a los suyos qué quieren para la ‘última cena’… Decidido a romper con el sentido espiritual que le confería a una cena en semejantes circunstancias, Graham elige comer una vulgar hamburguesa con doble de queso. Cuando están listos para cenar vemos un bote de comida que dice en su etiqueta: Believe (Cree); un mensaje que el cabeza de familia no está dispuesto a recibir.


Y da comienzo la particular ‘última cena’ del Padre Hess, preámbulo de la pasión a la que se verá arrastrado por la tiranía de su creador…
-¿Qué os pasa a todos? Comed –Graham amonesta a los suyos.
-Quizá deberíamos rezar –responde Morgan.
-No.
-¿Por qué no? –insiste el niño.
-No vamos a rezar –replica su padre. Es la afrenta definitiva en este duelo interior-. ¡Comed!
-¡Te odio! –explota Morgan. El pequeño se ha limitado a expresar lo que Graham siente hacia su Dios.


-Bien –Graham reacciona con indiferencia a los sentimientos de su hijo.
-Dejaste morir a mamá –añade el niño. Por fin sale a relucir el reproche del Padre Hess hacia su creador.
-No pienso malgastar ni un minuto más de mi vida rezando. Ni uno más ¿Entendido? Vamos a disfrutar esta comida. Nadie puede impedírnoslo. ¡Disfrutadla!
Graham trata de demostrarle a su espíritu que él tiene el control sobre algo, sobre un instante de su vida, la cena. De igual modo que Dios lo tiene para otorgar la muerte, él ha decidido no ofrendar los alimentos a ser supremo alguno, declarándose independiente de cualquier ascendencia espiritual.
Los niños rompen a llorar mientras su padre, con sentimientos enfrentados, come y llora, hasta que acaba por derrumbarse. Conmovedora escena, todo sea dicho.
Morgan se levanta y -en silencio- abraza a su padre. El niño –que se había erigido en punzante conciencia- revienta la ira y la frustración de su progenitor, y lo libera. Se produce el primer abrazo de toda la película, al que se suma la pequeña Bo.
Tío Merrill, icono de la conciencia no ejercitada de su hermano, no interviene directamente en el conflicto de la cena, sino que es un mero espectador. Graham lo agarra del brazo y lo suma al abrazo, con toda la implicación simbólica que ello conlleva.


El personaje de Gibson comienza a recuperarse, por lo que ya está listo para entrar en una nueva fase del difícil camino de retorno a su origen… Simultáneamente al abrazo, el interfono de Bo da señales de vida: la presencia cercana de los alienígenas es un hecho.


La televisión -que conectaba la psique del protagonista con el mundo exterior- ha perdido toda señal, lo que nos indica que la lucha es ya totalmente interior, en casa, en el alma sufriente de Graham. Y los grillos dejan de cantar en la noche.

Redención

Cada uno de los cuatro personajes tiene un arma que se oculta en medio de las circunstancias aparentemente más triviales: Morgan padece asma y debe medicarse; Bo está convencida de que el agua de beber está contaminada, razón por la que va dejando vasos a medio beber por toda la casa; Tío Merrill es un fracasado que no es capaz de controlar su fuerza cuando tiene un bate de béisbol en sus manos; ¿y Graham?
Graham no tiene arma alguna. Es el héroe que ha de superar la prueba. La fe que ha perdido sostenía a toda su familia, así que debe recuperarla. En momentos de crisis emocional -como es el caso- nuestras fuerzas mentales pueden flaquear, nuestra confianza en que la vida tiene un sentido, decae, y sobrevienen los temores y la rabia.
El Padre Hess tiene a sus enemigos a las puertas mismas de su psique. Ha escuchado, a través de la voz de Morgan, lo que rondaba en su mente durante seis meses: estamos indefensos. Y ahora tendrá que buscar fuerzas en lo más profundo de su ser, al menos, para tratar de confortar a sus hijos ante la tragedia inminente…



Graham cuenta a Bo lo que la hará sentir mejor, lo que la une a la mamá, a la Grande Espíritu: el momento de su nacimiento. ¿Qué otro instante de mayor complicidad y unidad entre una criatura y su creadora? Sabe que, aunque sea lo último que haga, debe conducir a los niños hacia el vientre materno. Así que a ambos los lleva a su origen, al momento en que partieron del cosmos espiritual para vivir en un cuerpo: el alumbramiento. Por primera vez, sonríe y toma en brazos a su hija. También por vez primera escuchamos a Morgan llamar papá a Graham.
Los Hess huyen a esconderse en el sótano, que representa el núcleo psíquico del protagonista, donde residen las emociones que debe enfrentar.
El sótano de la casa nos habla de una mayor introspección, del meollo del asunto, de la raíz del problema, allá donde están los temores más ocultos y profundos. Van a entrar los invasores y Graham agarra con fuerza el pomo de la puerta. Tenemos un primer plano de su rostro. No estoy preparado, dice.


Accidentalmente, Merrill rompe una bombilla y todo queda a oscuras, con sólo una linterna. Graham comienza a actuar con resolución y lucidez. Su determinación evita que los invasores entren, pero Morgan sufre un grave ataque de asma.
Tenemos al niño en manos de su padre. Ha llegado la hora de que el protagonista deje aflorar sus sentimientos:
-No tengas miedo, Morgan, lo detendremos juntos -esto es lo que el espíritu le dice al personaje de Gibson-. Siente mi pecho. ¿Notas como sube y baja? Respira como yo. Sigue conmigo -petición que la conciencia le hace tras la pérdida de su esposa-. Sé que duele, sé fuerte. Se te pasará… -tras un silencio se dirige, por primera vez, a Dios-. No me vuelvas a hacer esto. Otra vez no. Te odio, ¡te odio!
Finalmente, el padre ha expresado lo que su hijo había hecho suyo en su corazón. Por eso le dice a Morgan que sienta su pecho, mientras coloca una mano sobre el corazón del niño.
Graham sigue hablando a su hijo: El miedo lo alimenta. No tengas miedo de lo que pasa. Cree que se te pasará, créelo y espera. No tengas miedo, el aire está llegando. Cree. No hay nada que temer, está a punto de pasar. Aquí llega, no tengas miedo. Aquí llega el aire. No tengas miedo, Morgan. Respira conmigo, juntos. Somos uno. Somos uno.


De este modo, volviendo a ejercer como protector de una criatura suya, Graham se vuelve a enlazar con su creador y recupera su condición original. La crisis de asma pasa cuando el trauma emocional ha sido afrontado.

El desenlace

A través de un aparato de radio, Merrill escucha que los extraterrestres segregan un gas venenoso. También descubre que estos se están marchando, pues los humanos han descubierto un modo de vencerlos. Definitivamente, Merrill es la voz de la conciencia, que se edifica a través del arte de saber escuchar.
Ahora que el conflicto emocional del Padre Hess ha sido resuelto en su mente, sólo queda que esa reparación tome forma física en la victoria material sobre los invasores.
Decididos a buscar medicinas para Morgan, abandonan el sótano y se dirigen al salón, donde se esconde uno de los alienígenas, que cogerá al niño y tratará de envenenarlo con el gas letal que fluye de sus manos. Por fin, Graham frente a su enemigo, precisamente el mismo alien que vio en casa de Ray Reddy.
Estamos en el epicentro de la trama, y Shyamalan coloca ahí el flashback más oportuno, la ocasión en que Colleen, agonizante, pronuncia las palabras claves que debían preservarse para semejante momento: Estaba escrito. Dile a Graham que vea. Dile ‘ve’, y dile a Merrill que batee fuerte.
El Padre Hess se ha renovado. Nada sobra. Nada falta. Lo importante es saber atenuar el dolor implícito en las experiencias duras.
Y Graham ‘ve’ -interiormente- que el asma de su hijo es una defensa ante el mortífero gas de su captor. Y ‘ve’ que el agua que su hija ha repartido por toda la casa es un arma letal contra el enemigo. Y, finalmente, ‘ve’ la razón por la que su hermano Merrill, el fracasado deportista, ha estado viviendo con la familia durante todos aquellos meses: debe coger el bate y golpear con sus sobrehumanas fuerzas. Merrill (nombre que significa mar centelleante) es la contundente conciencia, el agua vivificadora…
Tío Merrill batea y derrama agua –el agua de Bo- sobre el invasor, que muere abrasado. Todo ha terminado. Graham llora y sus lágrimas también son vivificadoras…


Pasa el tiempo, llega una nueva estación, el invierno lo cubre todo, y el Padre Hess se está preparando para ir a la iglesia; ha retomado su ministerio. Tras un largo período de silencio y dolor se vuelven a escuchar risas infantiles por la casa.



Es fácil imaginar que tras este sorprendente episodio, Merrill retoma su vida, lejos de la granja de su hermano. Su duro trabajo allí ha prosperado; él creció al comprender que su aparente revés en el terreno deportivo le estaba reservando para asuntos más importantes.
La ceguera espiritual acrecienta el dolor y crea caos mental. El ejercicio de la conciencia atempera y suaviza los bruscos efectos de las inclemencias propias de ciertas experiencias trascendentales.
A mi juicio, en esta fábula se contienen las claves de cómo nuestras construcciones psíquicas dan forma a las edificaciones físicas que acaban repercutiendo en nuestras relaciones interpersonales.
Integrar en el ámbito del examen y la reflexión los traumáticos flujos emocionales ocasionados por las más tormentosas experiencias vitales, es un peldaño más de la escalera que conduce a una mejor comprensión de nosotros mismos. Colleen se lo recuerda a Graham cuando le pide que vea; nuestra congénita pero silenciada feminidad nos sugiere exactamente lo mismo.
Ese es el cometido de este relato de curación del alma, de asunción del pasado y regeneración. Una narración de fantasía que, aunque se dilata a planos mundiales para mostrar los efectos del individuo sobre el conjunto, se concreta en la granja de la familia Hess.
Por cierto, Hess salvó a su hijo dándole aliento, ejerciendo como dios. Véase en la tradición egipcia:




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