“Nuestra civilización, como toda civilización, es un
complot. Numerosas divinidades minúsculas, cuyo poder sólo proviene de nuestro
consentimiento en no discutirlas, desvían nuestra mirada del rostro fantástico
de la realidad. El complot tiende a ocultarnos que hay otro mundo en el mundo
en que vivimos, y otro hombre en el hombre que somos. Habría que romper el
pacto, hacerse bárbaro. Y, ante todo, ser realista. Es decir, partir del
principio de que la realidad es desconocida.”
L. Pauwels y J. Bergier
La Rebelión de
los Brujos
(1960)
El Maverick de la
investigación
Cuando Samuel Maverick, un
ganadero de Texas, allá por el siglo XIX, se negó a marcar a sus animales,
nació el término maverick,
para
definir a alguien independiente que no se alinea con un rebaño. En español
utilizaríamos la palabra cimarrón,
que en principio se aplicaba a aquellos esclavos que escapaban a los montes
buscando permanecer libres.
Con esta explicación quiero
presentar al maverick Jacques Vallée,
uno de esos científicos que rompen con los convencionalismos de su época. Astrofísico
e informático, autor de varios libros sobre ovnis, Vallée nace en Francia en
1939, estudia matemáticas en la
Sorbona y astrofísica en la Universidad de Lille.
En 1961 comienza a trabajar como astrónomo para el Observatorio de París, que
abandonará al año siguiente para trasladarse a Estados Unidos.
En la Universidad de
Northwestern (Evanston, Illinois), Vallée colaboró con el profesor J. Allen
Hynek (1910-1986), a la sazón, asesor de las Fuerzas Armadas para el asunto
ovni; experiencia que le reporta una de las más valiosas conclusiones: la
intoxicación que los poderes estatales ejercen sobre la ufología, rama
científica que estudia el fenómeno ovni.
En la década de los setenta
del siglo XX, el director de cine Steven Spielberg se fija en el investigador
galo para crear el personaje de Claude Lacombe en Close Encounters of the Third Kind (en España se llamó Encuentros en la Tercera Fase ), un peculiar y
serio examinador de casos ovni alrededor de todo el mundo.
Ajeno al dogmatismo que
suele intoxicar a los investigadores del fenómeno, Vallée ha elaborado su
propia teoría sobre los ovnis. En este sentido, va más allá de la ortodoxia, y
propone un modelo global –al que llama Sistema
de Control- en el que las supuestas naves espaciales son una parte más de
una compleja red en la que se mezclan inteligencias no humanas, religión,
folclore, y demás relatos ancestrales sobre visitantes extraordinarios.
Hablamos del año 1969,
cuando publica Pasaporte a Magonia,
innovadora obra que indaga en los aspectos sociológicos del fenómeno, partiendo
de las premisas del psiquiatra Carl Gustav Jung (1875-1961), en las que el ovni
es una proyección psíquica, archivada en el Inconsciente
Colectivo. Pero, puesto que el ovni toma forma física y llega a ser
detectado por los rádares, los planteamientos del doctor Jung son insuficientes
a la hora de dar una explicación convincente.
La propuesta de Vallée nos
habla de ese factor psíquico, pero acaba derivando en la realidad de un
fenómeno inteligente e independiente al hombre. Nos habla de la acción de
inteligencias provenientes de otras dimensiones, en vez que de visitantes de
otros planetas, o de imágenes inconscientemente generadas en la psique. Esas
entidades tendrían la capacidad de manipular el espacio y el tiempo, y sus
vehículos podrían ser imágenes menos consistentes de lo que aparentan a simple
vista.
No es de extrañar que los
investigadores más ortodoxos del fenómeno, aquellos que defienden cerradamente
que el origen de los ovnis está en el espacio exterior, consideren hereje a
este científico. No obstante, sin el ensanchamiento de marcos de referencia que
realiza Vallée, la comprensión del fenómeno se estanca en un callejón sin
salida.
Vallée se atreve a sugerir
que la humanidad, desde tiempos remotos, está siendo manipulada por un fenómeno
que se superpone a nuestra dimensión, en un plano diferente.
No intervienen con afán de
estudiarnos, ni con interés de ayudarnos a evolucionar. No meten sus manos en
el estanque terrestre para crear ondas que nos lleguen y estimulen a crecer.
No. Meten sus manos y las sacan con sigilo para que el agua no se altere
demasiado, para producir la mofa que los salvaguarda; para que prosiga la
ignorancia, y las cadenas mentales que nos engarzan al reino de lo mitológico
no se rompan, no se resuelvan.
En pocas palabras: elusivos,
astutos e interesados.
La creencia popular en los
ovnis nos habla de naves pilotadas por seres provenientes de otros planetas. Desmontemos
ese mito que se sostiene gracias a la perfecta teatralidad de los entes
sobrehumanos, que escenifican un encuentro o avistamiento; así como gracias a
los mensajes que esos seres entregan a sus contactados.
Vallée observa que los
encuentros con ovnis y las apariciones marianas (como manifestaciones
aparentemente divinas más cercanas en el tiempo) tienen varios puntos en común:
inmediata formación de brumas, repentino descenso de la temperatura, zumbidos y
ruidos inhabituales; así como efectos sobre los testigos, que van desde un
posterior agotamiento físico, pasando por estados de trance, hasta la parálisis
corporal temporal.
A mi juicio, ambos fenómenos
comparten una misma intencionalidad: confundir al ser humano y mantenerlo ligado
al mito.
Ambos, el hecho religioso y
el avistamiento y contacto ovni, son guionizaciones de entidades que no vienen
de visita de vez en cuando, como el adorable E.T. botánico de Spielberg; o el Klaatu de Ultimátum a la Tierra
(The day the Earth stood still), que llega de lejos para advertir que el resto
del universo habitado, está dispuesto a aniquilar nuestro mundo si a la
humanidad se le va la mano con las armas atómicas. No. Están aquí desde
siempre, accediendo a nuestra realidad con variadas máscaras, y una premeditada
incoherencia que -todo sea dicho- supera a la humana.
En aras de no ser tomado completamente en
serio, el fenómeno ovni añade aspectos disparatados. El Dr. Vallée nos invita a
conocer algunos casos en los que lo absurdo es un ingrediente relevante. Estos
ejemplos, vividos por testigos dignos de crédito, forman parte de los anales de
lo inexplicado:
v 1954. Arezzo, Italia. Una señora de
mediana edad, Rosa Lotti-Dainelli, se dirige hacia el cementerio, llevando con
ella unas flores. En el camino observa un objeto de apariencia metálica con la
forma de un torpedo. Junto a éste aparecieron dos seres enanos que sonreían; sus
cabezas estaban cubiertas por un casco de cuero rojo. Los muy cachondos se
acercan a doña Rosa y le quitan las flores.
v 1954. Trípoli, Libia. Un granjero observa
cómo un objeto ovoide de unos seis metros de largo toma tierra. El testigo
advierte la presencia de varios seres en su interior, uno de los cuales atendía
un panel de radio –con sus rudimentarios hilos-, mientras otro ponía una rueda
en el tren de aterrizaje.
v 1961. Eagle River, Wisconsin. Joe
Simonton ve un ovni plateado. Observa que en el interior hay tres seres de
metro y medio de altura, vestidos con camisas de cuello alto y gorras de lana.
Uno de los seres se acerca a Joe, le muestra una especie de cazo y pide agua
para cocinar. Finalmente, los visitantes le entregan tres galletas que, según
Simonton, estaban cocinando en una parrilla dentro de la nave.
v 1963. Monte Maíz, Argentina.
El camionero Eugenio Douglas avista un ovni y a tres seres de tres metros y
medio de altura que le disparan un rayo de luz que no le alcanza a él, sino a
unos árboles, que se queman. Ese mismo año, en Brasil, es observado un ser
delgado, de tres metros de altura, y un ojo en la frente.
v 1964. Tioga City, Estado de
Nueva York. Gary T. Wilcox, un joven granjero, está inspeccionando sus tierras
de cultivo, cuando observa que allí hay un objeto metálico gigante con forma de
huevo. Perplejo, Wilcox advierte la presencia de dos criaturas de algo más de
dos metros de altura que visten gorro y pasamontañas. Ambos tenían en sus manos
un plato lleno de tierra. Los extraños visitantes dijeron venir de Marte, y le
explicaron que en su planeta tenían problemas para cultivar. Por ese motivo le
pidieron –amablemente- que les diese un poco de abono.
v 1967. Studham Common,
Inglaterra. Siete jóvenes estudiantes van al colegio, cerca del Whipsnade Park
Zoo, cuando uno de ellos, Alex Butler, de diez años, ve a un pequeño ser azul
con barba y sombrero alto. Ante la mirada de todos, el extraño hombrecillo se
esfumó.
v 1968. California. Una mujer
llamada Elena es testigo, junto a un grupo de músicos, de un objeto volador
cuyo diámetro es similar al ancho de una autopista de seis carriles. Elena
recuerda haber estado, astralmente, en el interior del ovni. Allí, un ser le
muestra un motor, con la intención de que ella lo construya. Desde entonces,
Elena vivirá empeñada en esa labor, dice que para solucionar la crisis
energética. Hay que decir -señala
Vallée- que el motor que quiere construir
es absurdo. Nunca funcionará.
Precisamente ahí, en lo
incongruente, debemos ver una maniobra elusiva que trata de provocar el rechazo
de las mentes científicas, para que el asunto quede arrinconado en el baúl de
las fantasías o el folclore, y los testigos sean motivo de burla. Con el éxito
de semejante ardid, la permanente intervención de esas entidades no es tema de
controversia o preocupación general.
Es esa astuta estrategia la
que nos debería estimular a profundizar en el mito.
Hay quienes creen que el Inconsciente Colectivo (esa mente global
cuyo lenguaje son los símbolos y arquetipos universales) ha respondido a la
creencia humana en dioses, con los ovnis, a modo de coherente actualización con
los tiempos tecnológicos que corren. No obstante, ¿cómo explicar que ese espontáneo
Inconsciente Colectivo pueda ser
capaz de manifestarse de una manera tan independiente y autónoma (respecto de
nosotros), dejando huellas sobre el terreno, siendo detectado por radares?
El fenómeno, en palabras del
investigador francés, representa un
desafío excitante para nuestro propio concepto de la realidad.
Se hace obligatorio analizar
las evidencias, desde un ángulo histórico amplio, para comprender la problemática.
Porque lo cierto es que las evidencias de que se trata de un fenómeno inteligente
están ahí, registradas desde hace cientos de años. No hablamos de curiosas
civilizaciones cósmicas que nos vistan. Sino de un fenómeno mucho más complejo,
que parece tener su origen en un mundo paralelo al nuestro. Los alienígenas
tendrían la capacidad de acceder a la dimensión terrestre, adoptando diversas
formas materiales. Somos vigilados e intervenidos por una inteligencia que nos
rodea y elude astutamente.
No debería sorprendernos. Después
de todo, el 85 % de la población terrestre cree en deidades que nos observan. Y
en otros seres incorpóreos (algunos de naturaleza benigna, otros maligna),
interviniendo sobre nuestra dimensión material. ¿Raíces reales que acaban
adaptándose a los sistemas de creencias? Eso parece.
Tal como afirma Vallée, el
folclore de la humanidad recoge numerosos avistamientos de objetos volantes no
identificados, como una realidad física. Avistamientos que, aunque la ciencia oficial no tiene en cuenta, son del
interés de la sociedad.
Libros como Intrusos (1987), de Budd Hopkins, o Comunión (1987), de Whitley Strieber,
ambos sobre experiencias de abducción
(rapto alienígena) vividas por los autores, fueron líderes de ventas en su día
y dieron el salto al cine o la televisión. Y sus vivencias, aunque pudiera
pensarse que son propias de una moda pasajera, tienen precedentes en el pasado.
Y hasta nuestros días siguen produciéndose.
En el contexto religioso, en
la lejana Sumeria, enclavada en Mesopotamia, tenemos un ejemplo muy claro de
contacto. El libro de Enoc, texto
apócrifo judío anterior a la era cristiana, nos dice que unos entes
sobrehumanos violaron ciertas leyes y se acostaron con humanas. La narración,
en su capítulo sexto, cuenta cómo los
hijos del cielo se decidieron a tener sexo con las mujeres, engendrándoles
hijos, que serían llamados Anakim.
Esos hijos del cielo también son nombrados como Los Vigilantes. De hecho, Shumer,
nombre original de Sumeria, significa Tierra
de Los Vigilantes. Aunque pudiera pensarse que se trata de una mención
aislada sobre intervencionismo cósmico, en el bíblico libro Génesis, capítulo sexto, se describe el
mismo acto, protagonizado por los hijos
de dios, que engendraron hijos que se convirtieron en señores para una
humanidad de vasallos.
Ese episodio poco conocido
de injerencia no es exclusivo de las culturas sumeria y judía, sino que se
repite en las culturas de todo el globo terrestre. Puede que en esas
narraciones se nos esté informando del origen del mito, a través de una
intromisión sobrehumana que crea en nuestra psique la creencia en que
determinados seres humanos tienen filiación divina, motivo suficiente como para
rendirles culto.
Ahí podría estar la razón de
ser de la monarquía y el sacerdocio, como manifestaciones socialmente aceptadas
de representación terrenal de ese poder superior al humano.
Lo cierto es que, a día de
hoy, nuestro mundo sigue mirando al cielo físico como si se tratase del cielo
espiritual. Millones de personas esperan el regreso de Cristo, atravesando, literalmente,
las nubes para tomar tierra.
Otros, con una visión más
adecuada a los tiempos que corren, esperan el regreso del Cristo Cósmico. Lo hará triunfante, acompañado de las salvadoras
tropas de la Federación Galáctica. Esa es la fe de muchos,
alimentada por los portavoces de los alienígenas, una variopinta fauna que se
encarga de hacer el trabajo a pie de calle, seduciendo a los incautos que
buscan un sistema de creencias, digamos, más cool y, aparentemente, menos opresivo.
A estos intermediarios (contactados) se les llena la cabeza de
absurdos datos sobre cómo se vive en otros planetas, las distintas razas de
extraterrestres, los ridículos planes que el cosmos tiene para el mundo de los
hombres, etc. Planes que, todo sea dicho, jamás se cumplen; poco importa, los
adeptos seguirán creyendo a pies juntillas.
Pareciera que, a medida que
la sociedad occidental se desliga mentalmente del apego religioso (como instrumento
de cohesión que facilita el control de masas), la creencia en que la salvación
provendrá del espacio toma el relevo. Creencia que todavía está en gestación.
Si aquellas lejanas
generaciones se tragaron el cuento de que los entes que se les mostraban, eran
deidades que provenían del cielo físico y espiritual, ¿por qué no jugar a que
el ser humano actual crea que los objetos volantes y sus tripulantes tienen ese
mismo doble origen?
Si el individuo religioso
objeta de su derecho a tener criterio propio; derecho a romperse la cabeza
tratando de comprender la existencia sin ideas preconcebidas; derecho a hacer
uso de su conciencia para tomar decisiones morales, y delega todo ello en el
guía espiritual de turno y en el dios que éste le muestra, igualmente ocurre
con el individuo que se adentra en el tema ovni, depositando toda su soberanía
en aquello que (supuestamente) viene de más allá de la estratosfera. En ambos
casos permanece la misma estructura psíquica de supeditación al mito; la misma
pereza que evita buscar dentro y nos mantiene a la espera, siempre a la espera,
del exterior.
Del mismo modo que en el
análisis del fenómeno ovni hay que diferenciar entre los casos reales, vividos
por gente honesta que no busca que su relato sea una catapulta a la fama, y
aquellos otros que son intoxicaciones interesadas o simples malas
interpretaciones de fenómenos naturales, en el terreno de las apariciones
marianas hay que realizar la misma operación.
Conozcamos algunos de los
casos más fiables de apariciones marianas, donde la intervención de una
inteligencia sobrehumana es generalmente admitida por los investigadores.
Observaremos la casuística, necesaria para esbozar los paralelismos con la
trama ovni, tratando de ir acercándonos al por qué estos astutos actores son
elusivos e interesados.
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