sábado, 10 de agosto de 2019

El Maverick de la investigación


“Nuestra civilización, como toda civilización, es un complot. Numerosas divinidades minúsculas, cuyo poder sólo proviene de nuestro consentimiento en no discutirlas, desvían nuestra mirada del rostro fantástico de la realidad. El complot tiende a ocultarnos que hay otro mundo en el mundo en que vivimos, y otro hombre en el hombre que somos. Habría que romper el pacto, hacerse bárbaro. Y, ante todo, ser realista. Es decir, partir del principio de que la realidad es desconocida.” 

L. Pauwels y J. Bergier
La Rebelión de los Brujos (1960)

El Maverick de la investigación

Cuando Samuel Maverick, un ganadero de Texas, allá por el siglo XIX, se negó a marcar a sus animales, nació el término maverick,
para definir a alguien independiente que no se alinea con un rebaño. En español utilizaríamos la palabra cimarrón, que en principio se aplicaba a aquellos esclavos que escapaban a los montes buscando permanecer libres.
Con esta explicación quiero presentar al maverick Jacques Vallée, uno de esos científicos que rompen con los convencionalismos de su época. Astrofísico e informático, autor de varios libros sobre ovnis, Vallée nace en Francia en 1939, estudia matemáticas en la Sorbona y astrofísica en la Universidad de Lille. En 1961 comienza a trabajar como astrónomo para el Observatorio de París, que abandonará al año siguiente para trasladarse a Estados Unidos.
En la Universidad de Northwestern (Evanston, Illinois), Vallée colaboró con el profesor J. Allen Hynek (1910-1986), a la sazón, asesor de las Fuerzas Armadas para el asunto ovni; experiencia que le reporta una de las más valiosas conclusiones: la intoxicación que los poderes estatales ejercen sobre la ufología, rama científica que estudia el fenómeno ovni.
En la década de los setenta del siglo XX, el director de cine Steven Spielberg se fija en el investigador galo para crear el personaje de Claude Lacombe en Close Encounters of the Third Kind (en España se llamó Encuentros en la Tercera Fase), un peculiar y serio examinador de casos ovni alrededor de todo el mundo.
Ajeno al dogmatismo que suele intoxicar a los investigadores del fenómeno, Vallée ha elaborado su propia teoría sobre los ovnis. En este sentido, va más allá de la ortodoxia, y propone un modelo global –al que llama Sistema de Control- en el que las supuestas naves espaciales son una parte más de una compleja red en la que se mezclan inteligencias no humanas, religión, folclore, y demás relatos ancestrales sobre visitantes extraordinarios.
Hablamos del año 1969, cuando publica Pasaporte a Magonia, innovadora obra que indaga en los aspectos sociológicos del fenómeno, partiendo de las premisas del psiquiatra Carl Gustav Jung (1875-1961), en las que el ovni es una proyección psíquica, archivada en el Inconsciente Colectivo. Pero, puesto que el ovni toma forma física y llega a ser detectado por los rádares, los planteamientos del doctor Jung son insuficientes a la hora de dar una explicación convincente.
La propuesta de Vallée nos habla de ese factor psíquico, pero acaba derivando en la realidad de un fenómeno inteligente e independiente al hombre. Nos habla de la acción de inteligencias provenientes de otras dimensiones, en vez que de visitantes de otros planetas, o de imágenes inconscientemente generadas en la psique. Esas entidades tendrían la capacidad de manipular el espacio y el tiempo, y sus vehículos podrían ser imágenes menos consistentes de lo que aparentan a simple vista.
No es de extrañar que los investigadores más ortodoxos del fenómeno, aquellos que defienden cerradamente que el origen de los ovnis está en el espacio exterior, consideren hereje a este científico. No obstante, sin el ensanchamiento de marcos de referencia que realiza Vallée, la comprensión del fenómeno se estanca en un callejón sin salida.
Vallée se atreve a sugerir que la humanidad, desde tiempos remotos, está siendo manipulada por un fenómeno que se superpone a nuestra dimensión, en un plano diferente.
No intervienen con afán de estudiarnos, ni con interés de ayudarnos a evolucionar. No meten sus manos en el estanque terrestre para crear ondas que nos lleguen y estimulen a crecer. No. Meten sus manos y las sacan con sigilo para que el agua no se altere demasiado, para producir la mofa que los salvaguarda; para que prosiga la ignorancia, y las cadenas mentales que nos engarzan al reino de lo mitológico no se rompan, no se resuelvan.
En pocas palabras: elusivos, astutos e interesados.
La creencia popular en los ovnis nos habla de naves pilotadas por seres provenientes de otros planetas. Desmontemos ese mito que se sostiene gracias a la perfecta teatralidad de los entes sobrehumanos, que escenifican un encuentro o avistamiento; así como gracias a los mensajes que esos seres entregan a sus contactados.
Vallée observa que los encuentros con ovnis y las apariciones marianas (como manifestaciones aparentemente divinas más cercanas en el tiempo) tienen varios puntos en común: inmediata formación de brumas, repentino descenso de la temperatura, zumbidos y ruidos inhabituales; así como efectos sobre los testigos, que van desde un posterior agotamiento físico, pasando por estados de trance, hasta la parálisis corporal temporal.
A mi juicio, ambos fenómenos comparten una misma intencionalidad: confundir al ser humano y mantenerlo ligado al mito.
Ambos, el hecho religioso y el avistamiento y contacto ovni, son guionizaciones de entidades que no vienen de visita de vez en cuando, como el adorable E.T. botánico de Spielberg; o el Klaatu de Ultimátum a la Tierra (The day the Earth stood still), que llega de lejos para advertir que el resto del universo habitado, está dispuesto a aniquilar nuestro mundo si a la humanidad se le va la mano con las armas atómicas. No. Están aquí desde siempre, accediendo a nuestra realidad con variadas máscaras, y una premeditada incoherencia que -todo sea dicho- supera a la humana.
En aras de no ser tomado completamente en serio, el fenómeno ovni añade aspectos disparatados. El Dr. Vallée nos invita a conocer algunos casos en los que lo absurdo es un ingrediente relevante. Estos ejemplos, vividos por testigos dignos de crédito, forman parte de los anales de lo inexplicado:

v 1954. Arezzo, Italia. Una señora de mediana edad, Rosa Lotti-Dainelli, se dirige hacia el cementerio, llevando con ella unas flores. En el camino observa un objeto de apariencia metálica con la forma de un torpedo. Junto a éste aparecieron dos seres enanos que sonreían; sus cabezas estaban cubiertas por un casco de cuero rojo. Los muy cachondos se acercan a doña Rosa y le quitan las flores.

v 1954. Trípoli, Libia. Un granjero observa cómo un objeto ovoide de unos seis metros de largo toma tierra. El testigo advierte la presencia de varios seres en su interior, uno de los cuales atendía un panel de radio –con sus rudimentarios hilos-, mientras otro ponía una rueda en el tren de aterrizaje.

v 1961. Eagle River, Wisconsin. Joe Simonton ve un ovni plateado. Observa que en el interior hay tres seres de metro y medio de altura, vestidos con camisas de cuello alto y gorras de lana. Uno de los seres se acerca a Joe, le muestra una especie de cazo y pide agua para cocinar. Finalmente, los visitantes le entregan tres galletas que, según Simonton, estaban cocinando en una parrilla dentro de la nave.

 v 1961. Portsmouth, New Hampshire, EEUU. El matrimonio Hill, compuesto por Barney, empleado del servicio de correos, y Betty, trabajadora social, dice haber sido conducido al interior de un ovni (detectado por un radar militar). Describen a los seres que vieron como enanos de metro y medio de altura y ojos felinos. Betty dice haber sido sometida a una dolorosa prueba médica, por medio de la introducción de una aguja en el ombligo. Los alienígenas no permiten a la señora llevarse consigo un objeto del interior de la nave, que le sirva de prueba, sino que le dicen que no recordará nada de aquello… No obstante, bajo hipnosis, el matrimonio describió su experiencia con pelos y señales. Betty Hill llegó a reproducir un absurdo mapa estelar que había observado en el interior de la nave.

v 1963. Monte Maíz, Argentina. El camionero Eugenio Douglas avista un ovni y a tres seres de tres metros y medio de altura que le disparan un rayo de luz que no le alcanza a él, sino a unos árboles, que se queman. Ese mismo año, en Brasil, es observado un ser delgado, de tres metros de altura, y un ojo en la frente.

v 1964. Tioga City, Estado de Nueva York. Gary T. Wilcox, un joven granjero, está inspeccionando sus tierras de cultivo, cuando observa que allí hay un objeto metálico gigante con forma de huevo. Perplejo, Wilcox advierte la presencia de dos criaturas de algo más de dos metros de altura que visten gorro y pasamontañas. Ambos tenían en sus manos un plato lleno de tierra. Los extraños visitantes dijeron venir de Marte, y le explicaron que en su planeta tenían problemas para cultivar. Por ese motivo le pidieron –amablemente- que les diese un poco de abono.

v 1967. Studham Common, Inglaterra. Siete jóvenes estudiantes van al colegio, cerca del Whipsnade Park Zoo, cuando uno de ellos, Alex Butler, de diez años, ve a un pequeño ser azul con barba y sombrero alto. Ante la mirada de todos, el extraño hombrecillo se esfumó.

v 1968. California. Una mujer llamada Elena es testigo, junto a un grupo de músicos, de un objeto volador cuyo diámetro es similar al ancho de una autopista de seis carriles. Elena recuerda haber estado, astralmente, en el interior del ovni. Allí, un ser le muestra un motor, con la intención de que ella lo construya. Desde entonces, Elena vivirá empeñada en esa labor, dice que para solucionar la crisis energética. Hay que decir -señala Vallée- que el motor que quiere construir es absurdo. Nunca funcionará.

Precisamente ahí, en lo incongruente, debemos ver una maniobra elusiva que trata de provocar el rechazo de las mentes científicas, para que el asunto quede arrinconado en el baúl de las fantasías o el folclore, y los testigos sean motivo de burla. Con el éxito de semejante ardid, la permanente intervención de esas entidades no es tema de controversia o preocupación general.
Es esa astuta estrategia la que nos debería estimular a profundizar en el mito.
Hay quienes creen que el Inconsciente Colectivo (esa mente global cuyo lenguaje son los símbolos y arquetipos universales) ha respondido a la creencia humana en dioses, con los ovnis, a modo de coherente actualización con los tiempos tecnológicos que corren. No obstante, ¿cómo explicar que ese espontáneo Inconsciente Colectivo pueda ser capaz de manifestarse de una manera tan independiente y autónoma (respecto de nosotros), dejando huellas sobre el terreno, siendo detectado por radares?
El fenómeno, en palabras del investigador francés, representa un desafío excitante para nuestro propio concepto de la realidad.
Se hace obligatorio analizar las evidencias, desde un ángulo histórico amplio, para comprender la problemática. Porque lo cierto es que las evidencias de que se trata de un fenómeno inteligente están ahí, registradas desde hace cientos de años. No hablamos de curiosas civilizaciones cósmicas que nos vistan. Sino de un fenómeno mucho más complejo, que parece tener su origen en un mundo paralelo al nuestro. Los alienígenas tendrían la capacidad de acceder a la dimensión terrestre, adoptando diversas formas materiales. Somos vigilados e intervenidos por una inteligencia que nos rodea y elude astutamente.
No debería sorprendernos. Después de todo, el 85 % de la población terrestre cree en deidades que nos observan. Y en otros seres incorpóreos (algunos de naturaleza benigna, otros maligna), interviniendo sobre nuestra dimensión material. ¿Raíces reales que acaban adaptándose a los sistemas de creencias? Eso parece.
Tal como afirma Vallée, el folclore de la humanidad recoge numerosos avistamientos de objetos volantes no identificados, como una realidad física. Avistamientos que, aunque la ciencia oficial no tiene en cuenta, son del interés de la sociedad.
Libros como Intrusos (1987), de Budd Hopkins, o Comunión (1987), de Whitley Strieber, ambos sobre experiencias de abducción (rapto alienígena) vividas por los autores, fueron líderes de ventas en su día y dieron el salto al cine o la televisión. Y sus vivencias, aunque pudiera pensarse que son propias de una moda pasajera, tienen precedentes en el pasado. Y hasta nuestros días siguen produciéndose.
En el contexto religioso, en la lejana Sumeria, enclavada en Mesopotamia, tenemos un ejemplo muy claro de contacto. El libro de Enoc, texto apócrifo judío anterior a la era cristiana, nos dice que unos entes sobrehumanos violaron ciertas leyes y se acostaron con humanas. La narración, en su capítulo sexto, cuenta cómo los hijos del cielo se decidieron a tener sexo con las mujeres, engendrándoles hijos, que serían llamados Anakim.
Esos hijos del cielo también son nombrados como Los Vigilantes. De hecho, Shumer, nombre original de Sumeria, significa Tierra de Los Vigilantes. Aunque pudiera pensarse que se trata de una mención aislada sobre intervencionismo cósmico, en el bíblico libro Génesis, capítulo sexto, se describe el mismo acto, protagonizado por los hijos de dios, que engendraron hijos que se convirtieron en señores para una humanidad de vasallos.
Ese episodio poco conocido de injerencia no es exclusivo de las culturas sumeria y judía, sino que se repite en las culturas de todo el globo terrestre. Puede que en esas narraciones se nos esté informando del origen del mito, a través de una intromisión sobrehumana que crea en nuestra psique la creencia en que determinados seres humanos tienen filiación divina, motivo suficiente como para rendirles culto.
Ahí podría estar la razón de ser de la monarquía y el sacerdocio, como manifestaciones socialmente aceptadas de representación terrenal de ese poder superior al humano.
Lo cierto es que, a día de hoy, nuestro mundo sigue mirando al cielo físico como si se tratase del cielo espiritual. Millones de personas esperan el regreso de Cristo, atravesando, literalmente, las nubes para tomar tierra.
Otros, con una visión más adecuada a los tiempos que corren, esperan el regreso del Cristo Cósmico. Lo hará triunfante, acompañado de las salvadoras tropas de la Federación Galáctica. Esa es la fe de muchos, alimentada por los portavoces de los alienígenas, una variopinta fauna que se encarga de hacer el trabajo a pie de calle, seduciendo a los incautos que buscan un sistema de creencias, digamos, más cool y, aparentemente, menos opresivo.
A estos intermediarios (contactados) se les llena la cabeza de absurdos datos sobre cómo se vive en otros planetas, las distintas razas de extraterrestres, los ridículos planes que el cosmos tiene para el mundo de los hombres, etc. Planes que, todo sea dicho, jamás se cumplen; poco importa, los adeptos seguirán creyendo a pies juntillas.
Pareciera que, a medida que la sociedad occidental se desliga mentalmente del apego religioso (como instrumento de cohesión que facilita el control de masas), la creencia en que la salvación provendrá del espacio toma el relevo. Creencia que todavía está en gestación.
Si aquellas lejanas generaciones se tragaron el cuento de que los entes que se les mostraban, eran deidades que provenían del cielo físico y espiritual, ¿por qué no jugar a que el ser humano actual crea que los objetos volantes y sus tripulantes tienen ese mismo doble origen?
Si el individuo religioso objeta de su derecho a tener criterio propio; derecho a romperse la cabeza tratando de comprender la existencia sin ideas preconcebidas; derecho a hacer uso de su conciencia para tomar decisiones morales, y delega todo ello en el guía espiritual de turno y en el dios que éste le muestra, igualmente ocurre con el individuo que se adentra en el tema ovni, depositando toda su soberanía en aquello que (supuestamente) viene de más allá de la estratosfera. En ambos casos permanece la misma estructura psíquica de supeditación al mito; la misma pereza que evita buscar dentro y nos mantiene a la espera, siempre a la espera, del exterior.
Del mismo modo que en el análisis del fenómeno ovni hay que diferenciar entre los casos reales, vividos por gente honesta que no busca que su relato sea una catapulta a la fama, y aquellos otros que son intoxicaciones interesadas o simples malas interpretaciones de fenómenos naturales, en el terreno de las apariciones marianas hay que realizar la misma operación.
Conozcamos algunos de los casos más fiables de apariciones marianas, donde la intervención de una inteligencia sobrehumana es generalmente admitida por los investigadores. Observaremos la casuística, necesaria para esbozar los paralelismos con la trama ovni, tratando de ir acercándonos al por qué estos astutos actores son elusivos e interesados. 



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