sábado, 18 de agosto de 2018

SIMBOLISMO: La Estirpe de Dragón (1944)


Con la sabiduría que muchas veces confiere la ancianidad, Katharine Hepburn, conocida como La Primera Dama del Cine, decía que su larga vida había estado marcada por la sentencia de un novelista (1) que sus padres habían hecho suya: ‘Escucha la canción de la vida’.
Lo cierto es que la canción de la vida es, a la par, renuncia y poesía, hiel y miel, dureza y ternura… Lo que trae a mi memoria una hermosa historia…
En 1942 se publicó un libro llamado ‘La Estirpe del Dragón’ (Dragon Seed), escrito por Pearl S. Buck (2), ya por entonces ganadora del Pulitzer y el Nobel de Literatura. Una espléndida versión para el cine se estrenó dos años después de su publicación, y todavía hoy sigue manteniendo, junto a su original literario, toda su frescura y actualidad.


Todo comenzó en un momento histórico con ciertas similitudes con el actual… allá por 1937, cuando el mundo entero estaba gestando un conflicto bélico de mayor magnitud que aquel otro de comienzos de siglo. En ese escenario hubo una vez una familia de agricultores que vivía aferrada a la tierra que le daba arroz, allá en los fecundos campos de China, muy cerca de Shanghai.
Siglo tras siglo, de generación en generación, los productos que esta familia cosechaba le servían de alimento, vendiendo lo sobrante en el mercado del pueblo, donde casi todos los habitantes son parientes unos de otros.
El cabeza de familia se llamaba Ling Tan, pasado de los cincuenta años, buena salud, padre de tres varones y una chica. Satisfecho de la vida, en realidad no es rico ni pobre.

Desinteresado de lo que acontecía más allá de su propiedad, ni siquiera sabe leer y escribir. No importa, sus preocupaciones diarias se reducían al cultivo que debía realizar antes de que el sol se pusiese sobre las colinas del Valle de Ling.
A decir verdad, lo único que este hombre tranquilo necesita saber es que la tierra que cultiva le pertenece, no sólo en la superficie, sino en las profundidades…
Había oído decir que la tierra era redonda. Su primo, hombre instruido, le confirmó que así era, y que en la otra parte del mundo, la de abajo, las gentes hacen todo lo contrario a lo que debe hacerse. Ling Tan pensó, incluso, en pedir su renta a esos extraños que recogían frutos de una tierra que él había sembrado… Ah, bueno, también las estrellas del cielo que había sobre su cabeza le pertenecían…
Su mujer se llamaba Ling Sao. Señora de carácter, conoce perfectamente a su esposo, al que ama. Y aunque piensa que el mejor matrimonio es aquel en que el hombre golpea a su mujer, ella no se quedó quieta cuando Ling Tan, en los ya lejanos años de la juventud, le pegó en dos ocasiones. La enérgica campesina le devolvió los golpes; aún hoy, su esposo rememora aquel episodio llevándose la mano a la cicatriz que tiene tras una oreja: un tigre me mordió hace tiempo, dice.


Este matrimonio se siente orgulloso de su prole, joven y necesitada de más estímulos que el trabajo en la huerta. A excepción de una hija, el resto de vástagos vive con Ling Tan y su señora.
Tenemos a Lao Ta, el primogénito, casado con Orquídea, que ya le ha dado dos hijos.


Lao Ta es un hombre curtido en asuntos de pareja, por lo que se permite aconsejar a su inseparable hermano pequeño, Lao Er, que hace sólo unos meses ha contraído matrimonio con una bella chica de nombre Jade.


A pesar de la buena amistad entre los dos hermanos, los caracteres de ambos son muy diferentes, incluso en la cuestión amorosa; mientras el mayor quería a su mujer, pero sin precipitaciones, Lao Er está perdidamente enamorado de su esposa, a la que trata de comprender y complacer.
Las mujeres también muestran sus diferencias. Orquídea es una mujer reposada y sin carácter, mientras que Jade es vigorosa como el mismísimo viento.
Estos dos hermanos tenían un tercero, el adolescente Lao San, taciturno, terco y caprichoso, pero físicamente el más bello de todos. Mientras sus hermanos trabajan arduamente, Lao San toca la flauta a lomos de un buey. Su padre, aunque sabe que ya es tiempo de que piense en casarse, evita tocar el tema, temeroso de una negativa por parte de su hijo.


COMO UN VIENTO DE PONIENTE

Centremos nuestra mirada en Lao Er y Jade, jóvenes, enamorados, recién casados. El chico es impaciente, inexperto en el amor y deseoso de ser padre. Su mayor temor es que Jade lo abandone por otro hombre. Y es que, antes del matrimonio, Jade estuvo pretendida por un primo de Lao Er, algo que éste no ha olvidado y que es motivo concreto de sus infundados celos.
En la obra literaria se nos dice que Lao Er conocía bien el cuerpo de su esposa, pero no su alma, y de este modo, su amor por ella era un amor inquieto y lleno de dolores latentes. En vez de evadirse de esos dolores provocados por el desconocimiento de la mujer que ama, el muchacho está decidido a afrontarlos, muy a pesar del resto de su familia, que ve en Jade a una mujer demasiado independiente de su esposo.
A decir verdad, Jade es una anomalía para aquellos tiempos: inconformista, rebelde, como un viento de poniente. Doquiera que se hallaba, lo ponía todo en movimiento.


Emulando el comportamiento que el varón se había reservado para sí, Jade se atreve a romper las normas familiares durmiendo la siesta mientras su marido está sembrando en el campo. Tampoco es la típica esposa sacrificada que espera a Lao Er en el lecho. No. Ella tiene, para desesperación de su suegra, identidad propia. Una identidad que se opone a las directrices tradicionales que imperan en aquel hogar, por cuya razón replica a su marido con argumentos sensatos que lo dejan desarmado.
Echando mano de los términos que he venido usando en otras entradas, se diría que Jade personifica a la Conciencia (simbólico 80 %), tanto para ella, su compañero y –como se verá más adelante- para toda su comunidad. En ese sentido, Lao Er personifica a un alma (simbólico 20 %) que pone todo su empeño en la maduración, para lo cual ha de esforzarse en comprender (proceso intelectual de Conciencia) las motivaciones de la Conciencia (Jade).


Al contrario de lo que cabría esperarse, Jade ha adoptado –arquetípicamente- la vertiente más intelectual (masculina, emisora) de la pareja, complementando así a la vertiente más emocional (femenina, receptiva), encarnada en Lao Er. Veamos un ejemplo –simple pero sintomático- que evidencia esto que digo:
Hace veinte días que Jade cortó su largo cabello. Aunque tradicionalmente el cabello de la mujer pertenece a su esposo, ella se lo cortó sin más consentimiento que el suyo propio. Pretendía vender su melena y comprarse un libro, pero le entró miedo y se echó atrás…

Se podría decir que el alma de Lao Er se habría empobrecido si otra mujer, y no Jade, hubiese sido su esposa. Él la ama tal como es, aunque eso suponga tener que esforzarse por comprender sus innovadoras conductas.
Lao Er es un buen ejemplo de cómo el varón, inconscientemente temeroso de la indómita fuerza femenina, a la que considera un enigma, lucha en su psique contra los condicionantes que masculinizaron -en exceso- sus emociones. Una parte de su psique le pide valor para aceptar que la feminidad equilibrante convulsione su mundo. La otra, compuesta de los residuos culturales que alimentan el ego, le exige resistencia y autoridad.
Por otro lado, Lao Ta, el convencional hermano mayor, defensor de los valores tradicionales, no entiende esta relación entre Lao Er y Jade, pues considera que la mujer no tiene categoría suficiente para pensar por sí misma, y debe ser tutelada por el varón, que la usará para ser su amante y traer hijos al mundo. Lao Ta podría representar, perfectamente, al hombre que se guía por deseos de posesión. Para él, la mujer es un objeto más del conjunto de cosas que posee. Como tal, debe carecer del dinamismo que le obligue a cuestionarse las tradiciones imperantes.
Ling Sao, la madre de familia, es de opinión semejante. A su juicio, Lao Er debería pegarle a su esposa para que sea como su otra nuera, Orquídea, a quien considera una estúpida y dócil criatura que no escandaliza a nadie.
Jade, sin embargo, representa todo lo opuesto: sabe leer y es resolutiva mentalmente, argumentando sus opiniones y defendiendo su legítimo mundo interior. La lectura, algo tan inapropiado y peligroso para las mujeres, en opinión de Ling Sao, representa la vía emancipadora que pone final a la tutela masculina.

No obstante, esta madre abnegada y culturalmente intoxicada, conoce bien a su tolerante hijo y sabe que jamás sería capaz de levantarle la mano a su mujer.
Sucede que un día normal de siembra llegan noticias del norte: la guerra se acerca. Los enanos del océano oriental -los japoneses- combaten contra las tropas chinas. A pesar de semejante clima bélico, nuestros humildes campesinos creían que el norte estaba lejos, y la noticia no pasó de ser una simple anécdota.
Esa misma jornada, después del trabajo, Lao Er y su hermano mayor se disponen a descansar, y mientras la mansa Orquídea espera a su marido, Jade no está en la casa, sino en el pueblo. Padres y hermanos azuzan a Lao Er para que vaya en su búsqueda y le pegue, imponiéndole su superioridad varonil.
Con ese propósito, Lao Er, espoleado por los comentarios de su casa, sale en busca de su indócil esposa. Llegado al pueblo, en la Casa de Té, el joven encuentra a Jade en medio de una reunión convocada por unos estudiantes venidos desde el norte, que proyectan una película de lo que está ocurriendo contra los japoneses. Los expositores proponen a los aldeanos que quemen sus propiedades cuando lleguen los invasores, para que así mueran de hambre. ¿Estáis dispuestos a resistir?, preguntan. Mientras la muchedumbre -asustada- guarda silencio, Jade es la única persona que responde: ¡Lo estamos!


Todos murmuran alborotados. Pero ella es un ser que se siente libre, capaz de aportar su energía a los demás. Pareciera que ha estado incubando, largamente, fuerza para los críticos momentos que están por venir. Su esquema mental es mucho más amplio y realista que el que barajan sus vecinos.

Lao Er presencia, avergonzado, la escena que Jade acaba de protagonizar. ¿Qué derecho tenía ella a vociferar no estando presente él?, se preguntan los vecinos.
Ante el miedo y el desinterés general, uno de los jóvenes estudiantes insiste: No olvidéis que he estado mostrándoos cosas reales. Pero nadie le atendía y se fueron a casa. Nadie podía pensar, en aquella tranquila comunidad, que la fuerza destructora de la guerra acechaba a las puertas.
Sirva esta parte del relato que estamos visitando, para reflexionar sobre cómo lanueva filosofía emergente (New Age) trivializa sobre el mal


LA CÁMARA NUPCIAL

Saliendo del pueblo, de regreso al hogar, un enfadado Lao Er regaña a Jade diciéndole que no quiere que ningún otro hombre la mire, pero ella responde que entrará y saldrá cuando le plazca, que ya no están en los tiempos antiguos, en los que la mujer debe ir siempre acompañada. ¡Ojalá lo estuviésemos…! así te encerraría, dice él. Pero Jade, sabiendo ver más allá de aquellas impetuosas palabras, advierte los verdaderos sentimientos de su marido, y coge su mano y ríe. Él trata de resistirse, pero no puede evitar caer en manos del amor que funde su rancia impulsividad.
La inseguridad psíquica de Lao Er (20 %, alma culturalmente condicionada) se ve aguijoneada por el dinamismo renovador de su esposa (80 %, Conciencia emancipadora). Jade lo sabe, y protege (responsabilidad esencial de la Conciencia) -con ternura- el alma asediada del hombre al que ama, entregándole el empuje y la confianza suficientes para que el reequilibrio de fuerzas que ella propone, no sea reprimido como si de una amenaza real se tratase.
Junto a un sauce encorvado, bajo una luna llena del color del melocotón maduro, Lao Er le confiesa que desearía saber exteriorizarle todo lo que siente.


Se trata de una tarea muy difícil para alguien que ha sido educado para no expresarse emocionalmente, menos aun, a una mujer, por muy esposa suya que sea. Pero un impulso mucho más poderoso que los esquemas mentales que le han sido inculcados, lo empuja a querer hacerlo. ¿Me contarás todo lo que hay en ti si yo te cuento todo lo mío?, pregunta. Ella asiente.
Esa noche Jade esperará a su esposo, por primera vez, despierta...

-¿Qué pensaste de mí cuando nos casamos? -le pregunta Lao Er.
-Pensé si alguna vez hablaríamos en confianza, o si iríamos a ser lo que son lo demás casados. Y pensé si te ocuparías de lo que yo soy, o sólo de que fuese la madre de tus hijos.

Jade representa a la mujer que ha recobrado la conciencia sobre sí misma, y puja por desarrollarla en toda su amplitud. No padece la apatía común de otras mujeres, que se limitan a desenvolver el rol que la sociedad les confiere, sino que se siente desbloqueada, segura de sus aptitudes.
Tal es así que -por primera vez- le dice a Lao Er que sabe leer, y que desea tener un libro. Él accede a comprarle uno, aunque le cuesta comprender qué interés puede tener su mujer en la lectura. Le es difícil aceptar que Jade, la mujer de la que se enamoró, ha eliminado de su psique la influencia cultural de sus progenitores, consistente en la veneración de los aspectos más sombríos de la tradición. Unos aspectos que ella, aun en un clima de hostil incomprensión, se ha propuesto superar.

Ese empeño será el que haga despertar a Lao Er del letargo del Sistema de Control, en su versión más campestre. Y lo hará acceder al fecundo cosmos femenino que su esposa representa.
En cierto sentido, el opresivo clima familiar en que se desarrolla la trama, dentro de que es menos evidente y robusto, se parece a aquel otro que Tennessee Williams retratara en su obra La gata sobre el tejado de zinc caliente.


En ambos casos, el potente rol de la joven feminidad (Maggie La gata y Jade) es el encargado de oxigenar las vidas de los varones enamorados (Brick y Lao Er), cuyas precariedades emocionales son un acicate.

'¿Quién hubiera creído -se preguntaba Lao Er- que una mujer y un hombre pudieran adquirir más intimidad hablando que mediante la carne?’ Y, sin embargo, eso les sucedía aquella noche a ambos. (…) Veía y comprendía su cuerpo, mas ¿qué se escondía detrás de su lindo rostro y su suave cutis? No lo sabía. Y ahora no deseaba tocarla, sino escucharla, oírla. Jade se había hecho una rosca a su lado, acercándose como no se le acercara nunca. Tan dulce era aquel movimiento, tan afectuoso, que el joven no acertó a decir palabra. Fue el mejor instante de su vida, mucho mejor que la noche de sus bodas, porque era la primera vez que Jade se le aproximaba por su propia voluntad. Se preguntó cómo había podido ser tan necio que no había acertado a comprender lo que era el corazón femenino. Pero nadie se lo había explicado (…) Ahora la poseía en realidad, porque ella se le ofrecía (…) Cuando se durmió, Lao Er sabía con tanta certeza como si un dios se lo dijese en su interior, que aquella noche Jade concebiría un hijo. Sí; de aquella noche le nacería un hijo a Lao Er.

El joven se estaba dejando moldear por la feminidad de su compañera. Ella sería su cielo y su tierra, su hogar, una extensión de él mismo. Y juntos crearían.
Jade, alma de Lao Er, es la creadora de ambiente, la que imprime valor a la materia, la que sabe que un libro puede ser mucho más que un libro, puede ser una ventana al interior…
Esa complementariedad entre ambos, verdadera cámara nupcial del espíritu (donde se unen alma y Conciencia, emociones e intelecto, femenino y masculino, lo receptivo y lo emisor), habita vibrante en las profundidades del silencio compartido y en el diálogo integral de ambas partes.
Se trata del compromiso individual por mostrar una naturaleza real que, consecuentemente, suprime toda la información propagandística (no sólo verbal) que se genera entre almas poco maduras en el amor. De ese modo, la dialéctica y el ritual netamente hormonales, con su epicentro común en el cuerpo, dejan paso a un acople mucho más, digamos, sensitivo.
Jade, sin duda, ha sido paciente y ha logrado el objetivo de elevar a su compañero hasta un estrato más sublime de expresión amorosa. Lao Er ha demostrado su disposición a ello, evitando que la relación marital acabase bullendo de frustración.
Es muy posible que, si las necesidades espirituales de Jade no hubieran obtenido la respuesta adecuada por parte de su marido, ella hubiese boicoteado la relación, extremándose en su afán de libertad o, simplemente, dejándose morir. Ambos extremos son comunes formas de escape femenino ante una relación conformista.
Porque la oculta fuerza femenina es inconformismo puro, renovación, creación de nuevos escenarios de experimentación. Indómita, sin disposición a adaptarse –por siempre- a mediocres marcos de experiencia, puede que se la doblegue, pero acabará por destruir el escenario de las apariencias. Y de entre los vestigios, tarde o temprano, renacerá.



En conclusión: Jade se negó a ser, para su compañero, una versión mejorada de su mamaíta. Jade ha puesto la primera piedra de sus edades como mujer… Elegirá cuando ser niña, hija, madre, amante, compañera, socia, líder, pupila, maestra, loba solitaria…

Y Lao Er acepta el reto.
Una vez más, amigos lectores, se demuestra que el esfuerzo es el tuétano de la evolución. Y vuelve a quedar claro que todo lo real e importante en la vida es CONDICIONAL. Las puertas de la ‘Cámara Nupcial’ NO se abren ante el impertinente grito de quien proclama su creencia en el ‘Amor Incondicional’; todo requiere de unas condiciones. Como ha de ser.

LA GUERRA SE ACERCA

Ling Tan, hombre de paz hasta la ingenuidad, subestima el potencial de los enemigos descritos por los estudiantes que su hijo y Jade escucharon. Necesita seguir creyendo que aquella tierra es suya, que el cielo que llueve sobre su estanque le pertenece, que nada podrá llevarse la forma de vida que él y los suyos han estado experimentando desde siempre.
Entretanto, Lao Er va al pueblo a comprar el libro para Jade. El chico es inteligente y sabe corresponder si algún comerciante trata de engañarlo. Con esto, sensatez y cortesía, se había ganado el aprecio de los pueblerinos, lo que le hacía sentirse orgulloso de su capacidad para tratar con ese mundo.

Sin saber qué libro comprar se dirige a visitar la casa de su hermana. Allí preguntará a su próspero cuñado, Wu Lien, por una lectura apropiada.


Wu Lien, dedicado al comercio, es hombre de ciudad, pragmático hasta rozar el materialismo más descarado, ausente de ética, nulo de conciencia. Casó con la hermana de Lao Er para poder tenerla –dada su condición de campesina- bajo su control. Las de la ciudad, pensaba, no son tan dóciles de carácter.
Acerca del libro para Jade, le recomienda uno llamado Todos los hombres son hermanos, donde prevalecen los buenos y la justicia, y los malos son castigados con dureza. Y ahí concluye la charla, ya que el negocio de Wu Lien es atacado por un grupo de jóvenes que lo tachan de colaborar con los japoneses, cuyos productos vende.
Desde ese episodio la preocupación se instalará en los corazones de toda la familia de Ling Tan, que observó el vuelo de las aviones enemigas sobre sus propias cabezas. Hubo más: una de aquellas naves lanzó una bomba cerca de la propiedad. Perplejo, el pueblo no sabe cómo reaccionar.
Pero la vida se abre paso y Jade, que ya tiene el regalo de su esposo, le hace saber a éste que está embarazada. Ambos convienen que, incluso si es niña, el vástago aprenderá a leer. El cambio ya está en marcha, y Lao Er lo acepta de buena gana…


La feliz noticia se vio ensombrecida por los bombardeos que destruían la ciudad. Una de aquellas noches, Wu Lien, el comerciante vejado, llega a la casa de su familia política, acompañado por su madre, su mujer y sus hijos. Lo ha perdido todo. Los que hasta entonces eran sus amigos y clientes, ahora buscan su muerte.

Ling Tan, asombrado por el testimonio de su yerno, se decide a ir a la ciudad con la intención de ver por él mismo los horrores de la guerra. Le acompaña su hijo pequeño, Lao San, que no soporta aquella visión sanguinolenta y acaba vomitando, a lo que su padre le dice: No es una vergüenza que cosas así te den náuseas. Deben dárselas, y también ira, a todo hombre honrado. Sólo bestias feroces no se horrorizan viendo lo que se ha hecho a personas inocentes.


En la casa de té entra un estudiante que arenga a los presentes sobre la necesidad de luchar y combatir a los invasores. Ling Tan se mira las manos vacías y se lamenta. No tiene nada con qué luchar. Horrorizados y asustados, padre e hijo marcharon a casa.
Una vez el patriarca reconoce que no tiene poder para salvar a su familia, pide opinión a sus dos hijos mayores. Su yerno no dijo nada. El hijo mayor haría lo que el padre, esto es, quedarse allí. Pero Lao Er dijo que se iría a buscar seguridad. Jade está embarazada y aquel lugar ya no es seguro. Ling Tan, aunque abatido por ver que nada volverá a ser como antes, no censura la decisión de su hijo.


Los aviones siguieron pasando durante los siguientes días. Y las incesantes hileras de gentes que huían de los invasores fueron creciendo. Los niños y los enfermos que pasaban por allí fueron ayudados, pero nadie se quedaba en la zona.
Al cabo de varios días apareció un enorme grupo de personas que arrastraban grandes piezas de maquinaria. Eran los trabajadores, que se llevaban sus fábricas a cuestas. Entre ellos había jóvenes que sabían leer y mujeres con cabellos cortos, como Jade, signo inequívoco de su liberación.

A ellos se unirían Lao Er y Jade, en dirección a las montañas que están a mil millas de allí. Aquella decisión era del gusto de Ling Tan, que dijo que los que carecen de instrucción sólo poseen sus cuerpos y por eso deben pelear si hay lucha. Pero vosotros, que acumuláis sabiduría en vuestros cráneos, poseéis un tesoro que no debe derramarse como la sangre, sino guardarlo para el día en que nosotros necesitemos que los sabios nos digan cómo hemos de vivir. Y Lao Er y Jade marcharon, integrándose en aquella nutrida alianza de seres…

RESISTIR

Esos que se dirigen hacia las montañas representan a los que no subestimaron el destructivo poder del mal; son los preservadores de la memoria que han de mantener viva durante los tiempos de sometimiento y oscuridad. Por ellos mismos, por los huesos de sus antepasados, por la dureza indescriptible de un cautiverio, por las plegarias que otros elevaron desde cadalsos y pestilentes barracones, deben conservar sus logros y luchar.
Ling Sao, la madre de Lao Er, comenzó a echar de menos a Jade. (En la novela, a diferencia de la versión cinematográfica, aparece una hija más de Ling Sao, llamada Pansiao. Esta chica, de joven edad, aprendía a leer gracias a Jade, razón por la que también lamentó su ausencia.) No puede decirse lo mismo de Orquídea, que era feliz sabiendo que no estaría en casa quien tanto la regañaba por su holgazanería.
Y llegó el día en que enmudeció el ruido de aviones y cañones, lo cual significaba que el enemigo estaba a las puertas. A sangre entraron los japoneses, imponiendo su caos y violando a las mujeres. La casa de Ling Tan no fue una excepción: Orquídea fue violada y asesinada, así como la madre de Wu Lien.
El hambre y la peste, hijos de todas las guerras, se asentó en la región y se llevó las vidas de los dos hijos de Lao Ta y Orquídea. ¿Por qué los hombres de paz no se unen y les niegan la vida a los hombres que hacen la guerra?, se pregunta Ling Tan.

Las calamidades y la destrucción no precisan de mayor interpretación por mi parte. La pregunta de Ling Tan la hago mía. La respuesta es obvia… Sólo decir que nuestra civilización dispone de una densa red de información que, a pesar de la propaganda inherente a las acciones de los capataces, muestra imágenes espeluznantes de lo que acontece en los conflictos bélicos.
La respuesta que podemos ofrecer a esos injustificables horrores, producto de la consciente mentalidad degenerada de los puercos que tienen el control de la granja, es variada.

Primero, desde el mismo proceso mental, limpiándonos de la inmundicia que tratan de inocularnos con sus nauseabundas justificaciones.

Segundo, educándonos y educando sobre la aspiración real a lograr unas sociedades verdaderamente participativas, en las que aquello que los mediocres llaman utopía sea una realidad ejecutable. Instruyéndonos para que, cuando el sistema se desmorone, los que mercadean con la vida humana, desde el que inspira al enfrentamiento, pasando por el que comercia con armas, hasta el que enciende la mecha, sean tratados como lo que son: delincuentes, enemigos de la humanidad, mercenarios al servicio de las bestias.

CANTANDO LA CANCIÓN DE LA VIDA

Cuando llega la primavera, Lao Er y Jade regresan a casa. No vienen solos. Les acompaña su hijo, un niño fuerte que calmará el dolor de sus abuelos.
Los recién llegados han madurado, tomando conciencia de la lucha y de cómo debe emprenderse: Al enemigo hay que combatirlo abiertamente si la tierra es libre, secretamente si la tierra se ha perdido. Unidos, como dedos de una mano, debemos actuar.
Fruto de ese pensamiento, el hogar de Ling Tan se convierte en refugio de la resistencia, y ante tanta muerte, el viejo recuerda lo que no debe olvidarse: Si no queremos destruirnos a nosotros mismos debemos tener presente una cosa: la paz es buena… los jóvenes no pueden acordarse de esto; somos nosotros los que debemos recordarlo siempre, para enseñarles de nuevo que la paz es el alimento del hombre.
Pero no de todos los hombres… Wu Lien, el mercader, regresa a la ciudad. Ni él ni su esposa están dispuestos a estar en el lado de los débiles, si se puede estar cómodamente junto a los opresores. Pero el precio de la protección nipona es muy caro: delatar a la resistencia. Wu Lien, ducho en las artes del comercio, se deja comprar por un buen precio. Jade tenía razón cuando lo llamó perro rastrero.


Sin embargo, cuanto más difíciles se ponen las cosas para su familia, la conciencia de Ling Tan va creciendo y expandiéndose, superando las limitaciones propias de una psique educada en la resignación. Ya no lo oiremos hablar de su tierra y su cielo. Todo lo del pueblo nos concierne, dice.
Y, aunque dura, se toma la decisión de acabar con la vida de Wu Lien. Pero no será un varón quien precipite la ejecución de tal resolución, sino una mujer: Jade. Debemos actuar, le dice su suegra, mientras ellos pierden el tiempo hablando. Y la muchacha compra veneno…
Sin embargo, Jade no pondrá fin a la vida de Wu Lien, sino a la de los mandos japoneses instalados en la ciudad. Del traidor, a modo de justicia poética, se encargarán sus protectores. Una muerte que nos evoca aquel libro que el conspirador recomendase a Lao Er: Todos los hombres son hermanos, donde prevalecen los buenos y la justicia, y los malos son castigados con dureza…
La consigna que viene de la resistencia es la de quemar las tierras. Sin alimento, el enemigo podrá ser derrotado. Esto supone un nuevo paso a superar por el anciano Ling Tan, que escucha la petición de labios de Lao Er y Jade, en presencia de los demás vecinos. Pero nadie acepta.
Moralmente derrotado ante una guerra que ha embrutecido a todos los hombres, incluido Lao San, su hijo más pequeño, Ling Tan se pregunta si al acabar las hostilidades podrán recuperar su humanidad perdida. Es Jade quien le dice que, dado que todos se han contaminado con la barbarie, hay que poner la esperanza en los hijos que vendrán, limpios, capaces de crecer y empezar una nueva vida, y que para ello hay que dejar aquellas tierras atrás, calcinadas e inútiles para el enemigo.
El convincente discurso de su nuera conforta a Ling Tan, que se anima a llevar a cabo la dolorosa tarea de quemar la propiedad que siempre fue de su familia. Y junto a su esposa se despide de aquel hogar en que nacieron todos sus hijos, como antes lo hicieran su abuelo y el padre de éste.
Y mientras se preparan para partir, el viejo comparte con su esposa sus más tranquilizadores pensamientos:
-Mi primo dijo que sólo hay un sol y una luna, y si es verdad, todos compartimos el sol y la luna, ¿por qué no hemos de compartir también la tierra? Este valle no es todo el mundo, sino sólo una parte de él… y hay otros hombres como yo, cuyas caras jamás he visto. Hay otros hombres en otros lugares que también aman la paz y desean el bien y luchan por conseguirlos. Ese desconocido ya no lo es para mí, sino que es otro hombre como yo. Si yo pudiera conocerlo en persona, si yo pudiera verle…
-¿De qué te serviría verle si no podríais hablar? –preguntó Ling Sao.
-No necesitarían hablarse –asegura Jade-. Si lo que desean los dos es lo mismo, habría comprensión entre ellos.
-Sí, es cierto… -certifica el anciano-. No sé por qué esta noche siento que hay una fuerza que rodea el mundo y que trata de unirnos con el hombre que nos es desconocido.
-Yo también lo siento, padre –concluye Lao Er.

Y aquellas dos parejas, de juventud y de ancianidad, de vigor y de cansancio, prendieron fuego a toda la buena tierra y al hogar que les había visto madurar.
Y, sí, en verdad, otros hombres y mujeres, igualmente amantes de la paz, tomaron la misma decisión que Ling Tan… Mientras aquella familia asciende colina arriba, observa cómo los fuegos se multiplican voluntariamente por todo el valle. El desolador acto que supone decir adiós a lo que Ling Tan sentía era parte de sí mismo, fue un ejemplo que cundió por toda aquella tierra de labranza.
Camino de la China libre, los ancianos se despiden de Lao Er y Jade, que se dirigen a seguir luchando por la libertad.


¿Y el niño? ¿Qué ocurrirá con la criatura que debe crecer libre de los peligros y la crueldad de la guerra? ¿Quién se preocupará de que se instruya, no sólo en la lectura, sino en el arte de vivir, en la paz, en el respeto? Sus abuelos serán buenos padres para él. Así lo quisieron Jade y Lao Er.


Y de este modo fue cómo Ling Tan, aunque tuvo que abandonar sus tierras, no abandono la esperanza tras él, porque llevaba consigo al hijo de Jade.
Aquel niño que era la auténtica estirpe del dragón.







(1) Charles Dudley Warner (1829-1900)
(2) Sus ideas feministas marcaron su vida y obra literaria. En 1949 fundó Welcome House Inc., organización dedicada a la protección social, económica y educativa de los niños.


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