Film de Terence Malick
estrenado en 2011.
Los O’Brien
Los O’Brien, una familia de
clase media americana en los años 50. Miremos al señor O’Brien:
Brad Pitt interpreta a un
hombre codicioso y autoritario que descarga sus frustraciones (quiso ser
músico) con su esposa y los tres hijos que tienen en común.
La señora O’Brien (Jessica
Chastain) es dulce y creativa. Ha elegido vivir como una criatura inocente que
se regocija en la Vida. Por su educación religiosa, creció pensando que la
experiencia humana puede vivirse según dos sendas, entre las que hay que elegir
sólo una. A saber: La vía de la naturaleza;
la vía de lo divino.
Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y
amará al otro, o se llegará al uno y menospreciará al otro; no podéis servir a
Dios y al dios del Inframundo.
(Mateo 6:24)
De la primera senda, que
representa a la materia, la experiencia
mundana, nos dice: Sólo busca
agradarse a sí misma. Y conseguir que otros la agraden. Le gusta dárselas de
gran señora. Salirse con la suya. Encuentra razones para ser infeliz cuando
todo el mundo que le rodea resplandece; y el amor sonríe a través de todas las
cosas.
De la segunda, que implica
vivir según la conciencia, nos dice:
Lo divino no trata de complacerse a sí
mismo. Acepta ser desairado, que lo olviden y le tengan aversión. Acepta
insultos y las heridas. Nos enseñaron
que nadie que amara el camino de lo divino, acabaría mal.
Y la escuchamos pronunciar
un íntimo juramento de compromiso con la Vida:
-Yo te seré fiel. No importa
lo que me suceda.
En efecto, esta mujer
representa al Árbol de la Vida.
Inmediatamente después,
vemos a la señora O’Brien recibiendo la noticia de la muerte de R.L., uno de
sus hijos, de 19 años. Probablemente, en ese trágico momento se preguntó si
aquella muerte era algo que ella mereciera. Es obvio que la señora había hecho
un juramento por el que se comprometía a aceptar todo cuanto la Vida le
mandase. Pero, igualmente, creía en la promesa de que nadie que amara el camino de lo divino, acabaría mal. ¿Qué falló
entonces? ¿Cuál sería la razón por la que Dios habría permitido aquella
tragedia? Siempre estuvo en sus manos…
¿no es cierto? Mi esperanza, mi Dios. Nunca temeré ningún mal, porque tú estás
conmigo. ¿Qué has ganado con la muerte de mi hijo?, llora la señora.
No se resigna. No obtiene
consuelo de quienes tratan de darle paz. Es un árbol desnudo, deshojado y
desolado. ¿Crees que no te fui fiel?
El señor O’Brien se lamenta
de no haber tenido oportunidad de pedirle perdón a su hijo. Recuerda cuando lo
regañó por el modo en que hizo algo sin importancia, y la respuesta del chico,
agrediéndose a sí mismo en la cara.
-Se sintió avergonzado por
mi culpa. Pobre hijo.
El impedimento no es una
cuestión de tiempo, sino de interés por romper con los demonios internos que no
nos permiten bajar la cabeza cuando hay motivos para ello.
En realidad, el personaje de
Pitt representa a la mundanidad de
la que se nos habló al comienzo: Sólo
busca agradarse a sí misma. Y conseguir que otros la agraden. Le gusta dárselas
de gran señora. Salirse con la suya. Encuentra razones para ser infeliz cuando
todo el mundo que le rodea resplandece; y el amor sonríe a través de todas las
cosas.
De modo que tenemos a los
O’Brien, un matrimonio en el que Pitt personifica al mundo (y su servicio a
él), mientras ella personifica a la Vida –el árbol- y todos sus dones. Tienen
tres hijos, que sufrirán las consecuencias de la desprotección a la que sus
enfrentados progenitores les han de arrastrar. Porque la Vida (la señora
O’Brien y sus pequeños hijos) sin la complementaria Conciencia a su lado, queda
a merced de las miserias mundanas. La dejación de responsabilidades de ambos
adultos consiste en lo siguiente:
El señor O’Brien renuncia a
ser un ejemplo edificante para sus cachorros. Por el contrario, cada vez que se
da la oportunidad, los tiraniza.
La señora O’Brien, ignorando
que el compromiso que hizo con la Vida implicaba también a sus creaciones (los
tres niños), y que éstas, además, tienen otro creador (su esposo), en vez de
romper el contrato matrimonial con su socio, tolera sin resistencia los abusos
paternos. La tragedia estaba servida, y no me refiero a la prematura muerte del
hijo de los O’Brien, que aparece en la narración como la guinda de una tarta
que se ha elaborado laboriosamente, durante los años de vejaciones a los que
fueron sometidos los niños por parte del señor O’Brien. La muerte del chaval es
sólo la consecuencia final. El origen está en la casa dividida, las
responsabilidades no asumidas y la normalización de un clima insano. ¿Qué otra
cosa se podría esperar de Saturno devorando a sus hijos? Quien no está
(protegiéndose de los males del mundo) con la conciencia, queda a merced de la
mundanidad, contra la conciencia:
El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge
conmigo, desparrama.
(Mateo 12:30)
Veo al niño que fui
Jack (Sean Penn) vive en una
gran ciudad. Casa enorme, una mujer, árboles que decoran aquí y allá. No parece feliz (siento que ve voy dando golpes contra un muro). La gente a su
alrededor habla trivial y frívolamente.
-El mundo está al borde del
abismo –nos dice-, la gente es codiciosa y cada vez peor.
Jack no ha olvidado a R.L.,
su hermano. Tras tantas décadas desde su muerte, lo recuerda como leal,
confiado y generoso. En realidad, R.L. es quien más retuvo la filosofía
materna.
Jack cree haber perdido la
conexión espiritual con su hermano. En el fondo, la pérdida de esa conexión es
su propia desvinculación de la Vida y su acomodación en la mundanidad. Su
hermano lo conmina a reencontrarlo, a reencontrarse con la Vida, manifestada en
silencio, calma, ascensión, libertad, agua, cielos y el Árbol…
La conexión
espiritual de Jack tiene sus raíces en su madre:
-Me
hablabas (Dios) a través de ella. Hablabas conmigo desde el cielo, los árboles.
Antes de saber que te amaba, creía en ti.
Así, Malick
nos muestra, con un estilo poético insuperable, cómo nace Jack y cómo se nutre,
día a día, del Árbol de la Vida…
Diosa Isis metamorfoseada en sicomoro, amamanta a un faraón. Tumba de Tutmosis III, Valle de los Reyes.
Es un niño feliz que
descubre la belleza del mundo, primero de la mano de su madre, luego de su
padre. Y llegan sus dos hermanos. Los tres chavales son la Vida en movimiento.
Sin embargo, pareciera que
tanta felicidad causara envidia en el señor O’Brien, exigente y déspota, que
exige se le llame señor. Muestra
rasgos de afecto, pero parecen artificiales, fingidos.
Jack advierte que su padre
exige de él cierta agresividad a la que no está acostumbrado. Los tres hermanos
observan la muerte, las miserias del mundo, sus numerosos peligros. Y Jack pide
a Dios que su camino no se tuerza con mentiras y malos actos. No desea seguir
los pasos de su padre.
-Tu madre es una ingenua –le
dice el señor O’Brien-. Hay que tener una gran fuerza de voluntad para salir
adelante en este mundo. Si eres una buena persona, la gente se aprovecha de ti…
Todos esos altos ejecutivos. ¿Sabes cómo llegaron a dónde están? Dejándose
llevar por la corriente sin esforzarse…
Palabras del señor O’Brien.
El mismo que acude a la iglesia con Jack. El mismo que educa a sus hijos en la
búsqueda, sin escrúpulos, de fugaces éxitos terrenales. Si queréis triunfar –les dice- no
podéis ser demasiado buenos.
Jack no es ciego y ve que su
padre es un hipócrita integral que envidia la fortuna ajena. ¿Cómo no perder el
equilibrio siendo un niño que recibe mensajes tan contradictorios? ¿Tiene algún
sentido engendrar hijos a los que, para garantizar su ascenso social, debes
educar en la ley de la selva?
Así que, cuando no se
protege con la Conciencia, la Vida queda indefensa. R.L. sale en –justa-
defensa de su hermano Jack:
La señora O’Brien, fuente de
la que han nacido los niños, personifica al individuo que ha de proteger a sus
energías emocionales (el alma de los niños a su cargo, extensión de la suya).
En este caso, ella no se opone contundentemente a las directrices marcadas por
su esposo. Tolera el mal. Y se refugia en su idílica visión de la vida. Acaso
porque representa al Árbol de la Vida, no puede cambiar su naturaleza. Pero ese
hecho deja desprotegidos a sus hijos.
La vemos revolotear
alrededor del árbol. Dos imágenes (ella y el árbol) que son continentes de una
misma esencia.
Ya habíamos visto una escena igual en 1960,
en The Misfits (Vidas Rebeldes),
donde una Marilyn Monroe interpreta a una inocente joven llena de Vida, que
danza alrededor de un árbol.
La escena escandalizó a la
Iglesia Católica, que afirmó que aquello era una masturbación…
Véase el
siguiente vídeo:
Volviendo a El Árbol de la Vida, decir que la
frustración que vive Jack ante la indefensión a la que están expuestos él y su
hermano, la canaliza hacia su madre, a la cual hace responsable. En este caso,
el niño devuelve a su madre el mismo desprecio por la Vida (que es ella, y el
árbol) que siente el intelecto (padre, Sr. O’Brien) condicionado por la
mundanidad:
El niño arremete contra ella
(por extensión, el Árbol de la Vida), golpeándolo con un palo después de haber
robado una prenda de ropa de su madre.
-Tú te dejas pisotear por él
–le dice a su madre.
El círculo del analfabetismo
espiritual que crea sufrimiento sigue su curso…
El Árbol de la Vida (The Tree of Life)
Trailer
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