‘Follow the money’ (Seguid al dinero),
le decía el confidente del FBI a los periodistas Berstein y Woodward (The Washington Post) cuando les
informaba de la trama oculta del Watergate,
allá en los días del Presidente Richard Nixon, cuando él mismo había ordenado
espiar a su contrincante, el partido Demócrata.
La
política siempre olió mal. ‘Seguid el
rastro del dinero’ dice el primer mandamiento del observador que se
propone saber qué se oculta tras el entuerto de una conspiración.
Ese
‘despierto’ es el perro que persigue al conejo blanco que se mete en la
madriguera, y ésta es siempre sinuosa en su profundo recorrido, llena de
recovecos y falsas trayectorias que faciliten la derrota de cazador.
Algo
turbio hay siempre que la boca calla o simplifica un acontecimiento que supone
un cambio de paradigma, la desaparición de un pensamiento crítico que ha
advertido la presencia del Ojo que Todo
lo Ve o la irrupción de un falso mesías. Y esa simplificación nace para
acallar a los mal pensantes, a los que recelan, a los que operan por encima de
la pueril mente de los esclavos comunes. Pero no los hace callar, ni menos aún
evita que dejen de pensar. Todo lo contrario; cuando se presenta el disfraz de
una muerte accidental, de un crimen pasional, de un enemigo que nos odia por lo
grandiosos y virtuosos que somos, el
‘despierto’ reacciona en cada una de sus células y se pone a olfatear como un
animal, pues éste no cree demasiado en la casualidad sino en su instinto.
Olfatea,
pues sabe que la masa ordinaria se limita a los sentidos de la vista y el oído.
Él no se siente satisfecho. Algo se le escapa. Conoce los resortes del poder y
su sagrada imaginación se pone en movimiento, eso sí, equilibradamente. Es a
través de ese arriesgado recorrido psicológico donde encuentra las posibles
incoherencias de la versión oficial y ahí se para en seco. Ha encontrado algo
que le da crédito -al menos- a la duda razonable, al indicio. Entonces busca
confirmar la existencia de esa grieta y una vez la tiene vuelve a ponerse en
movimiento en dirección hacia los siguientes centímetros de esa galería
subterránea, pero sin descartar las demás que conforman la gran madriguera.
La
guerra psicológica es hoy más efectiva que nunca. Se mezcla un mucho de
propaganda y unas esporas de ántrax y ya tienes el mundo a tus pies. Infalible;
colapsarás la dinámica de las sociedades teniendo sus voluntades sobre la palma
de tu mano. Solo hay un error: Unos cuantos han visto tu conexión con el crimen
y cueste lo que cueste, tarden lo que tarden, tirarán del velo en el que te
ocultas.
La
verdad no está sobre el escenario, a la vista de todos, sino entre bastidores,
detrás del decorado que se ha creado para la representación. De ello se
encargan hábilmente las altas esferas, magnates de la prensa, la
televisión y la política. Sólo sale en primera página lo que no haga
reflexionar en la sospecha. Hay demasiados intereses en juego y para que no se
pierdan, la verdad debe nacer muerta.
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