Maestros en el arte escénico… Son
como el autor teatral que ha creado una historia en su mente y se decide a
representarla. Las bestias hacen lo mismo, pero su argumento es de poder,
avaricia y mentira. Son despiadados y quieren vuestro consentimiento para
destruir. También desean que la turbación os posea. Pero para que la convirtáis
en ira y la descarguéis sobre sus enemigos, haciéndolos vuestros.
Ahora, en nuestro globalizado
mundo de redes virtuales y televisores en cada hogar, la imagen que ellos
proyectan es dueña y señora de todo; cuando quieran parecer humanos, los machos
dominadores besarán a sus esposas y abrazarán a sus hijos. Cuando se requiera
fortaleza, fruncirán el ceño, alzarán las manos con ímpetu y su verbo será
beligerante. Si hay que ganarse a los hispanos balbucearán algo con acento de
Tijuana, pero estarán pensando que sólo sirven para ser parte de la base de una
pirámide que ellos coronan. Si a las minorías sociales y marginales hay que
sacarles el voto, dirán ser cristianos
compasivos, lo que quiere decir que os quemaréis en el infierno de la
ausencia de respeto.
Las bestias son pulcras en sus
labios pero groseras en su pensamiento. Las veréis plantar árboles a diestro y
siniestro, y únicamente dejarán salir un taco de su boca cuando se precise
acercar su señorial estampa a la de los plebeyos; maravillados veréis que se
ponen los pantalones como nosotros, que eructan, que se atragantan con galletas
como nosotros, que aman al dios fútbol, que consultan a los reverendos no sólo
en domingo, sino para que bendigan sus obras económico-militares.
En definitiva, su vida pública es
una inmaculada liturgia que existe por y para nosotros, los adeptos. Es el
maquiavélico uso de la imagen. Os dan lo que por simple y pura psicología saben
que deseáis ver en ellos, aunque sea fingimiento.
¿Queréis fútbol? Tenedlo. Tened
ligas, liguillas, copas, eurocopas, mundiales, hasta que vuestro carácter
dependa del resultado del marcador. Rivalizad por el triunfo de vuestra
camiseta y haced socio a vuestro primogénito. Y eso sí, dad por bueno que un
solo jugador amanse una infinita fortuna que no veréis en vuestros bolsillos ni
en sueños.
¿Queréis que alguien opine por
vosotros sobre lo humano y lo divino? Acudid al templo de algún rebaño. Hay
muchos donde elegir, pero en todos ellos alguien hablará para vosotros. Alguien
juzgará lo que es oportuno o no para vuestra moral. Recordad que alguien está
ya dispuesto para recordaros la casilla a marcar en la declaración de la renta.
¿Queréis un padrecito que lleve las riendas del
país? Elegid a cualquiera de ellos, pero elegid rápido, pues sus
‘patrocinadores’ van con ventaja a reclamar el apoyo prestado. Tienen maña. Saben cómo provocar el
cabreo sordo, la compasión, la admiración, la sumisión...
En nuestra nación han logrado
hacer posible que miles de personas se reúnan en una plaza para disfrutar de la
tortura y sacrificio de un toro, llamándolo con mucha parafernalia, Fiesta Nacional. ¡Qué asco! Pensadlo y
veréis que la manipulación es evidente.
Y la imagen es su propaganda.
Hollywood es su cumbre, su máquina de panfletos visuales, para que los seres
humanos ansíen vivir como ellos y se dobleguen ante su poder. La peña quiere
ser como sus adoradas estrellas. La apariencia es la señora diosa del mundo;
apariencia consistente, pero que no es sino un endeble reflejo, una elaborada
refracción.
La imagen en movimiento de sus
fotogramas hollywoodenses incita a la competición, al egoísmo, a la ira, a la
venganza, al odio. Sus bocas se llenan hablando de libertad, derechos, respeto
y continuas alusiones a Dios, cuando en verdad no son sino la pura imagen de la
mentira y la usurpación. Ellos y ellas, líderes comerciales, políticos,
militares y religiosos, élites, repugnantes engendros. Sí, señoras y señores,
éste es el evangelio según las bestias.
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