sábado, 4 de noviembre de 2017

CONCIENCIA: Tú, que vives en Alcatraz, ¿te permitirás el lujo de traer otro esclavo a la prisión?

Tú, que vives en alcatraz,
¿te permitirás el lujo de traer otro esclavo a la prisión?
Tavo de Armas

    Eres bienvenida/o a estas reflexiones que perfectamente podrían llevar por título, No hay nada malo en hacer oídos sordos a la “llamada de la naturaleza”. Cuyo subtítulo sería, Porqué decimos “llamada de la naturaleza” cuando, en verdad, hablamos de “llamada de la estupidez”.

    La Pareja

La pareja sirve de soporte emocional, permite el contacto sexual sin riesgos, y es un espacio perfecto para el desarrollo personal de sus componentes. Dependiendo, claro está, del contrato establecido por ambas partes, la pareja es también un vehículo de resistencia. Máxime cuando, lentamente, comienza a resquebrajarse el imperio de la heteronorma. Resistencia para responder unidas a las actuales condiciones de deshumanización; pero también a las más comunes y absurdas tradiciones, como es el atender la llamada de la naturaleza. Camarón que se duerme, se lo lleva la corriente. Atiende.
     
    La llamada de la naturaleza

    Cuando una persona desea sumar un bebé más a este decrépito mundo (que primero ha de morir si aspira a renacer), popularmente se dice que ha accedido a la petición que la naturaleza le ha hecho.
¿Qué naturaleza? Depende de las creencias de la atrevida y valiente persona. Pudiera ser que se esté refiriendo a la Madre Naturaleza, la Vida, Dios, el Universo, Sai Baba… Pero, desde luego, alude a una fuerza superior a la humana.
¿Qué petición? Está en un libro muy viejo, interesante y recomendable, fundamental para la manipulación de masas; todo un completo código para regir a los corderos. Su nombre, La Biblia, compendio de setenta y dos libros. Ve a Génesis 1:28, que dice así:
Como se puede advertir, las órdenes de ese supuesto ser supremo se han cumplido con creces, de cabo a rabo. No tiene queja alguna. Estaría muy feo. El ser humano se ha multiplicado, en exceso; sometió la tierra, también en exceso. ¡Qué excesivo es el ser humano, que ha ido un paso más allá de dominar a los peces, las aves y resto de bichos vivientes, y los va conduciendo derechitos a la extinción!
Al caso. El imperativo de reproducirnos como conejos se ha transformado, hasta el presente, en una llamada mágica, en un objetivo que cumplir para sostener el Estado, en un parche para parejas en coma, un desliz imprudente en noche de pasión, etc.
¿Qué dices, que estoy algo sordo? ¿Qué tú no vas a la sinagoga/mezquita/iglesia/templo de tu barrio y que no lees ese libro? No te apures, lo llevas dentro. Cultura Religiosa Residual, lo llaman.
Lo cierto es que, si eres un esclavo (y si estás leyendo esto, lamento decirte que lo eres) la decisión de traer bebés al mundo piramidal que habitamos, donde las condiciones de vida son duras y serán aún más duras, sólo puede calificarse como soberana estupidez.
¿El Estado te incentiva con ventajosas mejoras fiscales si traes un bebé? Sospecha. Hace lo mismo con el resto de sus pertenencias. Da igual si hablamos de coches, casas, empresas o esclavos. Son sus bienes. Pertenecemos tanto al Estado, como antes pertenecíamos al dios pronatal del Génesis. El dios exigía (creced, multiplicaos, someted, dominad) y su pupilo te sirve una taza de café y te lo pide con educación, seduciéndote con los dineros. Cuando te niegues a parir volverá el imperativo que los hombres del Estado de Derecho tanto admiran en papá dios, el macho de las cañadas.
Lo cierto es que, por una razón u otra, miras a tu alrededor y la gente sigue con la mala costumbre de traer bebés al mundo. Y, a buen seguro, como en la peor de mis pesadillas, muchos de esos bebés querrán ser, un día, youtubers, futbolistas o cantantes de reggaetón. Abocados al infierno.
Tienes tu bebé en los brazos. Afortunadamente, todo salió bien en la clínica. Los recortes en Sanidad no te hicieron ninguna jodienda. El bebé, ya antes de recibir la bendita hostia del médico en su lindo culito, habrá hecho que los gastos económicos habituales se hayan disparado. Lo peor está por llegar.

¿Alguien ha contado el número de madres que confiesan haber elegido mal al padre de su hijo? Son legión.

El bebé, entre papillas, cremas, pañales, medicinas, ropa, accesorios varios, se lleva un ojo de la cara. No es lo peor. El bebé crece y los gastos crecen con él. Reza lo que sepas para que tu pareja, maltrecha por las dificultades de equilibrar la vida con el trabajo, no se descomponga por el camino y, para más inri, bajo el mismo techo.
El bebé ya no existe. Ahora es un niño. Ha llegado la hora de que, mamás, papás, se desprendan de su criatura. De la guardería pasará a la escuela, rumbo al mercado laboral. Que no cunda el pánico, pasarán años. Échale un par de décadas, veinte años de nada, sufragando los gastos del niño, que ya es todo un hombretón, un consumidor como dios manda, un esclavo en potencia. ¿A quién crees que va a prestar más atención? ¿A ti, o a esas playeras tan chulas, los descacharrantes videos de DallasReview, la tribu de la que forma parte y con la que conoce el centro comercial más cercano como si fuera la palma de su mano? ¿A ti, alma de cántaro? Dalo por hecho…
Esos primeros veinte años de vida del cachorro, como mínimo, todos los gastos del nuevo esclavo corren de cuenta de sus progenitores. Ánimo. No será pocos, teniendo en cuenta la decadente sociedad del entretenimiento en la que vivimos. Rezarás a San Ramón Nonato que tu hijo logre su primer trabajo. Lo tendrá.
Lo explotarán como un cabrón, porque, ¿sabes qué? No pudiste llevar a tu hijo a un colegio de pago, donde lo menos importante son los contenidos. Lo esencial es la disciplina (imprescindible para ganar crédito económico) y los buenos contactos, que deben ser prodigados; a fin de que los futuros capataces de la granja puedan conocerse de toda la vida.
El sistema educativo, en una sociedad de esclavos, ¿qué rol tendrá? ¿Educar? ¿Dar conocimientos? Sí, claro, el patrón es gilipollas y te pone las herramientas para que te emancipes a tu alcance. El sistema educativo, en una sociedad de esclavos, tiene el deshonroso rol de domar al potro. Los mavericks, y los que no aguantan tanta tontería, a la calle. Serán, mayormente, carne de cañón.
Una vez el potro ha sido disciplinado y sabe dónde está la zanahoria a perseguir; cuando ha aprendido a distinguir las variadas voces de su amo, quiere decir que ya está listo para ir a galeras.
En resumidas cuentas: los progenitores engordan y satisfacen a la criatura en todas sus necesidades y caprichos, para luego cederlo a los propietarios. Trabajará como un cabrón hasta los setenta. Mirará por la ventana de su celda y, tal vez, verá un lindo pajarito que le hará añorar una vida distinta.
Y soñará con esa vida. Y, contento, hablará con su pareja y le dirá que empieza a sentir la llamada de la naturaleza. Ignorancia e irresponsabilidad. 
Y el Sistema, que se levanta sobre la sangre, sudor y lágrimas de las buenas gentes -nosotros, los ignorantes-, sonreirá satisfecho mientras masculla: Génesis, uno, dos, ocho.
Tú, que vives en Alcatraz, ¿te permitirás el lujo de traer un nuevo esclavo a la prisión? ¿Llamarás fruto del amor al bebé que has condenado a vivir en un mundo al borde del abismo?

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