ALGUNAS POCAS CONSIDERACIONES Y PROPÓSITO
DE ESTE TRABAJO
Durante
los últimos diez años he dedicado la mayor parte de mi tiempo a observar,
conocer y compartir sobre todo aquello que envuelve al ser humano del siglo
XXI. En este recorrido he escrito varias obras, y numerosos artículos que
resumen mi propio aprendizaje. Mi equipaje contiene –como ha de ser- más dudas
que certezas, si bien esas pocas certezas son ya muy difíciles de remover.
Considero
cierto que la inocencia que habita en el ser humano es valor suficiente como
para dar la vida en pos de su protección. Considero cierto que existen personas
que, premeditadamente, destruyen esa inocencia, y que lo hacen sin escrúpulo o
remordimiento alguno.
Considero
cierto que –si bien nunca existió un tiempo pasado que fuera mejor-, los
momentos actuales son tan críticos que decidirán si se adelanta o no nuestra
extinción como especie y, de no adelantarse, en qué condiciones malvivirán
nuestros hijos en el mañana.
Considero
cierto que los tibios, los que guardan silencio ante los depredadores y la
apisonadora de su poder, tienen derecho a engañarse a sí mismos, pero no son
dignos de representar nada que no sea su propia conveniencia.
Si
bien no puedo demostrarlo, considero cierto que el ser humano no es la única
inteligencia sobre la faz de la Tierra. Y considero que, por la naturaleza
opresora que le atribuyo a esa otra inteligencia (no animal), es más importante
compartir con otros mis sospechas –a riesgo de llegar a sentirme ridículo- que
callarlas.
Paralelamente,
el día a día me ha colocado en empresas que –creo- me han seguido enriqueciendo
enormemente. Nadie se sorprenderá si menciono el nombre Rafael López Guerrero (RLG). Durante casi un año he estado exponiendo un trabajo
que comenzó con el propósito de demostrar que ese señor era un depredador
social. Y el objetivo se cumplió, gracias al apoyo y tesón de muchas personas
que saben que se lo agradezco de corazón.
Personalmente,
la experiencia me ha ayudado a comprender mejor cómo funciona parte de la
dinámica social, no tanto por el comportamiento ‘reprochable e inmoral’
(como afirma el
Decreto de Fiscalía) de RLG, sino por la patológica reacción de la masa que lo
envolvía y la respuesta cómplice de quienes, siendo afectados puntuales,
eligieron ser tolerantes con sus desmanes.
La
respuesta de esa masa de creyentes –la mayoría de los cuales aún hoy no se ha
percatado de que ellos eran los afectados, las víctimas del depredador- es lo
que motiva, en gran medida, este trabajo que se propone exponer y analizar un
escenario: el de la Nueva Era que protegió -y todavía lo hace- a RLG.
Se
podría pensar que, por tratarse de un ámbito (el de la Nueva Era) reducido, la
problemática a exponer no nos afecta a todos. Nada más lejos de la realidad. El
‘drama’ que se ha representado al desvelarse los embustes de RLG, con la
respuesta cómplice de sus ‘colegas’ y la defensa irracional de su masa de
seguidores, no es exclusivo de un movimiento religioso (que es lo que la Nueva
Era es); en cualquier otro espacio de la vida cotidiana podemos observar la
cruda lucha que se lleva a cabo entre los defensores de una mentira
conveniente, y quienes apuestan por una convivencia digna en la que no se
permita el abuso y la destrucción que generan los individuos con comportamiento
antisocial.
Por
lo tanto, no me centraré exclusivamente en la Nueva Era, sino que iré más allá,
en lo que directamente nos afecta a todos.
El
tuétano de este texto no es otro que insistir en la existencia del más grave
problema que nos ha acompañado desde que el mundo es mundo: el psicópata,
el individuo al que todavía –incluso entre los profesionales que lo tratan- se
confunde con un enfermo que no es capaz de advertir la diferencia entre el bien
y el mal. Nada más lejos de la realidad: saben lo que hacen. Son conscientes de
las decisiones –pequeñas o grandes- que toman, y con las que torturan a un
pariente, una pareja, compañero, empleado, o –incluso- a un país entero. No
sienten ni padecen cuando condenan al hambre a generaciones completas, o cuando
marcan de por vida la existencia de sus víctimas.
Sólo
añadiré que están entre nosotros. Que son capaces de hacer el mal de manera
premeditada. No debería importarnos el alcance de su destrucción: No es menos
grave la tortura de baja intensidad que perdura décadas, que un disparo en la
nuca. El muerto ya no está, pero la víctima torturada del psicópata marca –de
por vida- la personalidad de su entorno.
Están
entre nosotros, y la lucha por no perder la poca dignidad que nos queda pasa
por reducir su marco de actuación. Invito –una vez más- a que seamos
intolerantes con quienes se aprovechan de las vulnerabilidades de los demás
para parasitar y, consecuentemente, destruir.
Puesto
que no me detendré en profundizar en el perfil de los psicópatas, ¿en que me
centraré? Pues en el clima que éstos han generado durante siglos. No podemos
juzgar cruelmente conductas sociales del pasado lejano, pero sí podemos –y
debemos- desvestirlas del cariz mitológico con el que todavía hoy se las
observa. Esa observación romántica –desde una institución, por ejemplo- acaba
impregnando –sutilmente- al resto de la sociedad, hasta que acaba instalándose
como una verdad por la que luchar.
Aquí os dejo un ejemplo reciente (de los muchísimos
que se dan cotidianamente), en el que el General García Vaquero Pradal, durante
una jura de bandera, aludió al pasado imperial español para ‘animar’ a la
ciudadanía:
El
beso que acabáis de depositar en la bandera tiene un sentido mucho más amplio
de lo que parece. Os habéis comprometido a mejorar la herencia recibida para
transmitirla a vuestros hijos y que ellos, la sociedad del futuro, reciban un
patrimonio que contribuya a que España retome el camino del “Imperio donde no
se pone el sol”.
El
clima psicopático actual es –de manera especial- la consecuencia directa de las
últimas décadas de nuestra historia, donde el capitalismo salvaje llenaba los
estómagos de muchos, que dejaron de preocuparse por las injusticias que ya no
les afectaban tan duramente. La sociedad, cuanto más ociosa, más fragmentada.
Cuanto más ocupada en el falso bienestar logrado, mucho más vulnerable a las
mentiras provenientes del poder. El resultado: no hay manzanas podridas –que
pudren manzanas sanas- en un barril sano. Hay un barril (el Sistema) podrido
que pudre –si lo dejamos- todo lo que lleva dentro. Es, únicamente, una
cuestión de tiempo.
En
la actualidad estamos viviendo –y padeciendo progresivamente, en mayor medida-
las consecuencias de no haber vigilado los comportamientos psicopáticos (de
quienes, por su naturaleza, tienen muy elaboradas habilidades sociales). No nos
hemos educado para verlos venir, y hoy la crisis sistémica que vivimos (con
consecuencias económicas, pero con origen en la perversa actuación de
psicópatas integrados) habrá de decidir nuestra derrota definitiva –como seres
humanos- o, por el contrario, el duro, y sacrificado sendero que conduce a
nuestra liberación del yugo de los individuos antisociales.
¿Aún
estamos a tiempo de no acabar derrotados? Espero que sí. Es ahora, y no más
tarde, cuando la evolución de los seres humanos dependerá de reconocer –o no-
un comportamiento perverso, integrado en nuestro entorno y en nuestra cultura,
que siembra de sufrimiento y miseria todo a su paso.
Es
hora de reconocer que lo hace con nuestra bendición, con nuestra tolerancia y
silencio. Así empezaron los más grandes dramas vividos el siglo pasado, con la
aquiescencia de la gran masa social. ¿Habremos aprendido de la historia?
‘Nos
ocuparemos de una pregunta fundamental: “¿Qué hace que la gente actúe mal?”.
Sin embargo, en lugar de recurrir al tradicional dualismo religioso del bien
contra el mal, de la naturaleza sana contra la sociedad corruptora, veremos a
personas normales realizando tareas cotidianas, enfrascadas en su trabajo,
sobreviviendo en el mundo a menudo turbulento del ser humano. Trataremos de
entender las transformaciones de su carácter cuando se enfrentan al poder de las
fuerzas situacionales.
Empecemos
con una definición de la maldad. La mía es sencilla y tiene una base
psicológica: La maldad consiste en obrar deliberadamente de una forma que
dañe, maltrate, humille, deshumanice o destruya a personas inocentes, o en
hacer uso de la propia autoridad y del poder sistémico para alentar o permitir
que otros obren así en nuestro nombre.’ (Philip Zimbardo, El Efecto Lucifer, p. 26)
ESTO
VA DE CONCIENCIA… ¿DE QUÉ CONCIENCIA ME HABLAS?
Cuando
a mediados de 2011 comencé a contar todo lo que sabía sobre RLG expresé que mi
propósito nacía de la preocupación por la evolución y la conciencia. Un año
después me reafirmo en mi creencia de que no puede existir evolución sin
conciencia.
Supongo
que no está de más que explique qué significan estos dos conceptos para mí, de
modo que no se interprete erróneamente lo que deseo expresar cuando, repetidas
veces, aluda a ambos.
Entiendo
la conciencia como el compromiso individual con la honestidad. Y de ahí se
deriva, sobre la base de la regla de oro que nos dice que no hagamos a los
demás lo que no queremos que se nos haga a nosotros, de ahí se deriva un
propósito, un compromiso con la defensa de la inocencia, dondequiera que ésta
se manifieste.
Los
rostros de la inocencia son múltiples, y no necesariamente todos ellos son
caras infantiles. La inocencia también abunda en los adultos que, llevados por
su desconocimiento de cómo funciona el mundo, se exponen sin reservas ante otros
seres humanos que actúan deshonestamente. Tal es esa ignorancia en los
inocentes, que los deshonestos los torean a placer, a veces, durante años,
incluso, a lo largo de toda una vida.
Una
vez he comenzado a aclarar mi particular concepción de lo que entiendo por
conciencia, he de añadir que el compromiso con ella se expresa en dos
direcciones. La primera, en mi propia persona, tratando de mantener una
conducta que esté siempre atenta a no herir la sensibilidad de quienes me
rodean.
La
segunda es hacia el entorno; esto quiere decir que, en la medida en que existo
para otros, hay una responsabilidad individual hacia ellos que se manifiesta en
un impulso de protección frente a las amenazas existentes. Como es lógico, en
ambos casos, se exige un esfuerzo de madurez, máxime cuando el escenario social
en el que participamos ha ido tendiendo –cada vez más- hacia un individualismo
que observa la cooperación (acción recíproca) como una rareza y no como una
cualidad propia de nuestra condición humana. Si la cooperación es asunto
escaso, hablar de sacrificar lo propio, de entrega a otros sin esperar
correspondencia, es aun más difícil.
Es
en ese contexto donde la evolución la entiendo como la única vía que puede
poner freno al proceso de deshumanización al que –de forma veloz- estamos
siendo sometidos. Así que, como es lógico, una conciencia ética –en su rol
integrador, defensivo y emancipador- es un elemento imprescindible cuando hablo
de evolución.
CONCIENCIA
EN LA NUEVA ERA
Obviamente,
mi consideración sobre lo que la conciencia es le confiere un carácter
marcadamente ético frente a otras acepciones que se manejan actualmente, de
forma especial en el ámbito de la Nueva Era, donde conciencia –no
pocas veces- es considerada un sinónimo de información. Se habla de ‘tomar
conciencia’ como un acto de recepción informativa, sin analizar la veracidad o
no de los contenidos. Habitualmente, si los contenidos informativos no
provienen de los canales de los grandes medios de comunicación, los creyentes
de la Nueva Era tienden a considerar que esa información es verídica. Por el
contrario, lo que no ha sido gestado en medios alternativos es siempre tachado
de propaganda.
A
esto hemos de sumar una predisposición más, que no es otra que no ejercitar el
más mínimo sentido crítico sobre la información que se disponen a consumir, la
cual, según ellos, es conciencia.
Podemos
afirmar que la Nueva Era es un amplio y heterogéneo movimiento religioso
(aunque no se estructura formalmente en los términos al uso) que, sin embargo,
tiene como común denominador una notable tendencia a no cuestionarse la
información que hace suya.
Más
aún, en un amplio sector de ese movimiento social este proceder es asumido con
orgullo, tras un complejo proceso por el cual se ha demonizado a la razón y se
han entronizado a los sentimientos. Los creyentes determinan la certeza de algo
sobre la base de cómo les haga sentir. Los contenidos que violentan se
desechan.
Para
ellos, un intelecto que administra los sentimientos es una aberración. Han
elegido las emociones descontroladas que anulan el intelecto.
Para
los creyentes en la Nueva Era los sentimientos son, siempre y cuando no
supongan un sacrificio personal, los únicos ‘jueces’ capacitados para
determinar la composición de la realidad; lo llaman ‘resonar’.
Los
sentimientos están autorizados a controvertir –mediante la ‘resonancia’-,
incluso, las pruebas expuestas sobre una mesa. Han determinado que las palabras
tienen mayor crédito que los hechos, de ahí que los feligreses nieguen toda fea
realidad que esté en oposición a un seductor discurso.
En
verdad, los creyentes de la Nueva Era no saben reconocer que aquello que ellos
llaman ‘sentimientos’ no son sino deseos de que la realidad se ajuste a sus
intereses. Huyen de la realidad disfrazándola de hermosos vestidos, porque si
la vieran como en gran medida es –dura y fea- se verían obligados a intervenir
en ella de otro modo; y eso exige sacrificios que no están dispuestos a
realizar.
POR
CIERTO, ¿CÓMO FUNCIONA LA REALIDAD?
En
términos generales nuestra ignorancia sobre la verdadera dinámica de nuestra
‘civilización’ es abrumadora. En parte, como consecuencia de los quehaceres
diarios que conforman una rutina que consume nuestra vida sin que casi podamos
prestar atención a lo que no consideramos nuestras responsabilidades inmediatas
o directas.
De
ello se derivan gravísimas consecuencias que, en principio, puede que no nos
afecten a nosotros –sino a otros-, pero que acaban pasando factura. Una forma
efectiva de profundizar en esto la encontramos en el "No puedes ser neutral en un tren en movimiento", título de las memorias
del historiador Howard Zinn, donde las circunstancias cotidianas no pueden
eclipsar las responsabilidades que tenemos con el resto de la sociedad (el tren
en movimiento). En realidad, nadie es neutral en ese tren; nuestro silencio
frente al comportamiento perverso se traduce en complicidad, y ésta ya nos posiciona.
Supongo
que, además, esa ignorancia sobre la dinámica social no se ve reducida gracias
al escaso interés que mostramos por romper con el atavismo; siempre fue más
fácil seguir la corriente que enfrentarla en solitario. Los sueños que vende el
Sistema casi nunca se hacen realidad, pero la ilusión de que podemos
alcanzarlos y, consecuentemente, aligerar cargas, es muy poderosa. El
engañabobos de la mula, el palo y la zanahoria, nos impidió advertir que el
tren global seguía su curso hacia el abismo.
Otro
elemento que considero importante, a tener en cuenta cuando hablamos de
ignorancia sobre cómo funciona la sociedad, es la predisposición a creer que el
mundo gira en manos expertas que saben lo que hacen. Confiamos –o al menos así
ha sido hasta hoy o hace poco- en que fulano sabe perfectamente lo que hace o
dice, y nuestro cometido es aceptarlo. No hemos sido educados para reflexionar
críticamente sobre los cimientos de los pilares básicos: educación, economía,
defensa, religión, política, etc. Y al no reflexionar no hemos visto los
fabulosos trucos de magia de un Sistema que es claramente psicopático,
antisocial.
En
España, tras varias décadas en manos del fascismo, muchos ciudadanos que pasan
de los cincuenta años todavía arrastran un reverencial respeto-temor hacia los
dictados del médico, el policía, el cura, incluso –aunque cueste creerlo- el
político. Se sienten deslegitimados para pensar por ellos mismos sobre la
veracidad o no de lo que se les cuenta.
Lo
cierto, lo que los hechos nos dicen machaconamente, es que la cúspide de la
pirámide –incluso el ecuador de la misma- tiene unos intereses diferentes a los
de la amplia base de la pirámide…
‘A
las personas en el poder les gusta que creamos que todos tenemos los mismos
intereses. Pero no todos tenemos los mismos intereses. Existe el interés del
Presidente de los EEUU, y también el interés del joven que él envía a la
guerra; el interés de las poderosas corporaciones, y el interés del trabajador
común. Ocurre igual con la expresión Seguridad Nacional, como si significase lo
mismo para todos. Para algunas personas, Seguridad Nacional significa tener
bases militares en cien países; para la mayoría, ‘seguridad’ significa tener un
lugar donde vivir, tener un trabajo, tener atención médica.’ (The People Speak,
Howard Zinn)
Si
en todos los ámbitos de la sociedad existe un absoluto desconocimiento acerca
de las conductas antisociales, en la Nueva Era dicha ignorancia es, además,
consolidada mediante una férrea política de evasión que blinda la mente de toda
evidencia que pueda poner en entredicho la fantasiosa realidad imaginada por
los creyentes.
Éstos,
los creyentes, han llevado a cabo un intensivo máster en recelo; y, abandonando
la confianza en que fulano sabe lo que -desde lo alto de la pirámide sistémica-
dice y hace, se han situado en el extremo opuesto. ¿Y cuál es el extremo
opuesto? Pues un maravilloso mundo donde los argumentos carecen de valor,
pues fulano usó argumentos para engañarnos. Ergo, los argumentos son
malos y sobran. Lo que priman son los dogmas canalizados por supuestas
entidades que susurran al oído del creyente. (De ello hablaré más adelante,
espero.)
Lo
que el creyente de la Nueva Era hace es una ensalada, no de lo que sería más
nutritivo, sino de lo que más les apetece. Es cuestión de gustos. El mundo, el
Sistema, la realidad toda, se construye a la carta. Las viejas religiones
hacían lo mismo, pero quienes tomaban las decisiones, quienes escribieron los
textos a considerar sagrados, eran los pastores. Ahora cuando rige lo popular,
la imagen, la transgresión que no transgrede, las princesas del pueblo y demás
tonterías, es el ganado quien redacta el menú. ¿Seguro, Tavo, que es el ganado
el que redacta el menú? No. No estoy seguro. Sospecho que, como siempre ha
sido, hay una inteligencia –a la que antes se le llamaba ‘dioses’- que susurra
al oído del cordero. El cordero hace suya la directriz. La directriz se hace
popular tras haber sido ‘resonada’ por muchos más corderos y, finalmente, los
gurús del Klan de la Nueva Era la convierten en dogma de fe.
Me
apresuré en escribir ‘finalmente’. Olvidé decir que –ahora sí-, finalmente, el
dogma de fe destruye al hombre. El dogma de fe es tan, tan peligroso, como
tener en casa un ejército de soldados -uniformados con sotanas- que rinde
obediencia al rey extranjero de un estado absolutista y, además, paraíso fiscal
perfecto para el blanqueo de dinero proveniente de negocios turbios…
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